Partidos Políticos

Gestionar el multipartidismo

Cuantos más partidos se disputan los cargos, mayor tiende a ser la debilidad de los gobiernos y de las oposiciones, y más opciones hay de que afloren los más bajos instintos políticos

En las elecciones de diciembre de 2015, un gran número de españoles decidió que había llegado el momento de cambiar el sistema español de partidos políticos. Hasta entonces, PSOE y PP se repartían la parte decisiva del parlamento, mientras que formaciones políticas como Izquierda Unida o UPyD trataban de elevar la cabeza por encima del agua para mantenerse con vida. Aquel statu quo terminó con la potente irrupción de Podemos y Ciudadanos. Desde entonces, un amplio sector de los votantes se siente mejor representado. A cambio, nos hemos instalado en la inestabilidad. Hemos tenido cuatro elecciones generales, investiduras fallidas, gobiernos en funciones durante meses, mociones de censura y, ahora, espectáculos como el de Murcia y Madrid, que nos muestran un ‘house of cards’ cañí de ida y vuelta.

No cabe quejarse mucho, pero cuantos más partidos se disputan los cargos, mayor tiende a ser la debilidad de los gobiernos y de las oposiciones, y más opciones hay de que afloren los más bajos instintos políticos. Son los votantes quienes deciden cuántos partidos consiguen representación en las instituciones. Y, últimamente, los votantes han decidido que sean muchos. Pluralidad, lo llaman algunos. Barullo innecesario, consideran otros.

En 2015 eran cuatro partidos: PSOE, PP, Podemos y Ciudadanos. En 2019 ya eran seis: PSOE, PP, Podemos, Ciudadanos, Vox y Más País. Y en los diferentes territorios, aún más: Esquerra, Junts, Cup, Compromís, PNV, Bildu, BNG, Coalición Canaria, Nueva Canarias, Partido Regionalista de Cantabria, Foro Asturias, Unión del Pueblo Navarro y Teruel Existe. ¿Alguien da más?

Las sucesivas subdivisiones del espectro político son, en ocasiones, la plasmación de una realidad política incontestable. Pero no siempre, porque las hay que son el fruto de ambiciones personales que derivan en escisiones absurdas por innecesarias. En otros países, como Reino Unido o Estados Unidos, los dos grandes partidos funcionan como grandes contendores de diferentes ideas. Es por eso que tanto en el Partido Laborista británico como en el Demócrata norteamericano quepan desde el centrismo progresista hasta la izquierda más impetuosa. Y tanto en el Partido Conservador británico como en el Republicano norteamericano conviven desde centristas moderados hasta el trumpismo y más allá. En la España de nuestro tiempo, ese tipo de grandes acuerdos internos no parece funcionar, y cada lidercillo que tiene deseos personales, o los consigue o monta su propio partido. Yo, mí, me, conmigo.

Esta tendencia disgregadora ha tenido como víctimas muy principales a los partidos que han intentado representar al centro político. UCD pasó de gobernar a suicidarse, de 168 escaños en 1979, a 11 en 1982, y de ahí a la desaparición. El siguiente intento centrista lo protagonizó el Centro Democrático y Social de Adolfo Suárez, que apenas duró dos procesos electorales. Lo intentó Rosa Díez con su UPyD, hasta que apareció Ciudadanos. Y ahora, el partido que fue de Albert Rivera parece agonizar en mano de Inés Arrimadas.

Pero no hay motivo de queja. Los españoles abominaron del bipartidismo y se echaron en brazos de un multipartidismo desaforado, y la experiencia de estos años nos dice que todavía no hemos aprendido a gestionarlo.