Política

Fichajes

No me creo que sus cambios de siglas obedezcan a motivos ideológicos. No me lo creo yo, ni se lo creen ellos

No lo entiendo. Eso de los «fichajes» de políticos. No puedo asumir como normal que los políticos pasen de un partido a otro con la facilidad con que yo voy del salón a la cocina. No me creo que sus cambios de siglas obedezcan a motivos ideológicos. No me lo creo yo, ni se lo creen ellos. Y no es por ese prejuicio que ya se comentaba en los años primeros de la Transición: «¡Mira qué chaqueteros!»… La acusación se refería a aquellos que cambiaban de papeleta de voto como de chaqueta, y votaban a unos y luego a los contrarios, animados por una frenética confusión sufragista y la falta de costumbre democrática. No: yo considero normal cambiar, evolucionar, ir transitando de un espacio ideológico a otro con el tiempo… Eso es natural y humano. Lo que resulta más difícil de justificar –y apesta– es saltar de partido en un instante coincidiendo casualmente con la debacle electoral que deja al político o a la política culifruncidos a falta de escaño. O de puestazo. O de cargazo. O de escolta. O de choferesa… Y comprendo perfectamente lo dura que se pone la hoja de vida laboral lejos de la moqueta palaciega desinfectada a diario por una partida de braceros armados de esprays anticovid y con rango todos ellos de Secretarios de Estado. Tengo mi sensibilidad y puedo comprender algunas cosas. Pero no todas. Por eso no entiendo que nos tomen por imbéciles hablando de «fichajes» cuando todo va de peculios, privilegios, venganzas partidarias y sillones. En fin. Mientras, los maltratados contribuyentes hemos iniciado el… ¡segundo año! de encierros, prohibiciones, confinamientos, amenazas y terror variado. La aplastante mayoría jamás pisaremos regias alfombras ni tendremos chófer al que insultar para liberar tensiones domésticas. Da igual. Tampoco me gustaría llevar ese tipo de vida en que, a nada que te descuidas, se te pone cara de político corrupto, se te pone cara de conde transilvano, y de cosas parecidas. No hay más que verlos en las noticias, haciendo el baile de la rana mientras saltan de partido en partido. De olla en olla. De charca en charca.