Elecciones Comunidad de Madrid

Comer con Isabel

Asistimos a la primera revolución que no apela a utopías cursis sino a la vida

El día amaneció soleado en un anticipo casi de verano. Las terrazas llenas se mostraban como propaganda, algún ilustre de izquierdas tal vez pensó que habría que dar parte a la Junta Electoral porque eso de vivir a la madrileña debería prohibirse por decreto. Expropiarlas. En una de ellas, en la glorieta de Bilbao, un grupo cantaba: «Qué bien, qué bien, hoy comemos con Isabel», celebrando la osadía de almorzar con sombrilla. Los propios camareros les hacían de coro. «No queremos perder el trabajo», decía el «proletariado». La jornada se encaminaba hacia un triunfo de la tranquilidad y de la alegría, que es lo que había pillado a los progres con el pie cambiado, convertidos en cenizos, pintando una ciudad gris que de repente lucía azul sin los nubarrones de la víspera. Ahí demostraron lo poco que conocen a la «gente» que ya está instalada en la Tercera República de su casa. Nunca los bares fueron el mejor termómetro para seguir una tendencia política. Los comensales seguían la tertulia de sus existencias, imitando a Savater con un vocabulario más llano. Ayuso remató una campaña en positivo cuando el personal estaba harto de un señor soso y de otro que para expresar una idea muestra un colmillo y mala baba. Asistimos a la primera revolución que no apela a utopías cursis sino a la de la vida tal y como era tal día como ayer, la de la que llamaban hasta ahora la mayoría silenciosa que esperó su turno pacientemente para votar. Nunca un clavel estuvo mejor plantado sin necesidad de fotografiarse para una postal en la punta de una bayoneta. La Gran Vía mostraba sus venas impolutas para las que nunca hubo tentativa de suicidio. Era como si la ideología se hubiese desvanecido al fin. En algunos contenedores de basura aun quedaban restos del puente. Nadie fue al colegio a depositar la papeleta tapándose la nariz. El centro de Madrid olía bien, entre otras cosas porque el toque de queda ha dejado una ciudad con pocos orines. La mierda no es humana sino canina. Me llama una amiga para contarme que en su mesa se encontró con su ex y que no se miraron. Cada uno cogió una papeleta, cumplieron el trámite y desparecieron el uno para el otro. Para entonces, ya lo había olvidado.