Elecciones Comunidad de Madrid
El mito de los «spin doctors»
La campaña ha sido el cuadrilátero en el que se ha desarrollado el apasionante pugilato de quienes fabrican ideas, imagen y argumento para seducir al votante
«¿Quieres saber cómo se atrapa a Capone? Así atraparás a Capone: si él lleva un cuchillo, tú llevarás una pistola; si él manda a uno de los tuyos al hospital, tú mandarás a uno de los suyos a la morgue». Así atraparon a Al Capone los idealistas y temerarios «intocables» de Eliot Ness, según la expeditiva explicación de uno de ellos, Jim Malone, interpretado por el incomparable Sean Connery. Salvando la hipérbole, así se hace política en estos tiempos feroces, en los que tomar prisioneros se considera una muestra de debilidad y tendencia al apaciguamiento cobarde. Tiempos en los que la primera opción es destruir al contrario en lugar de pactar con él. El juego tiene como finalidad que el ganador se lo lleve todo. Porque un ciudadano puede leer tres periódicos o ver cuatro televisiones, pero solo puede votar a un partido.
Y los jugadores no son solo aquellos que están a la vista del gran público en mítines, entrevistas y debates. En realidad, se atrincheran en salas con ordenadores en los que enredan con los números de los sondeos, imaginan golpes al flanco débil del rival, responden con contragolpes cuando es el rival quien ataca, y diseñan y rediseñan estrategias sobre la marcha, en un trabajo de alquimia política: fabricar una idea, una imagen, un concepto, un argumento, para seducir al votante.
En Estados Unidos son conocidos como «spin doctors», autores de relatos que pretenden adornar la figura de los líderes para los que trabajan y devastar la imagen de los líderes a los que se enfrentan. Primero, las elecciones. Después, el poder. Y cuanto más tiempo, mejor.
La campaña de Madrid ha sido el cuadrilátero en el que se ha desarrollado el apasionante pugilato entre los dos spin doctors más centelleantes de la política española: Iván Redondo, el fino estilista de las tácticas atrevidas que hizo presidente a Pedro Sánchez y ha teledirigido a Ángel Gabilondo, y Miguel Ángel Rodríguez, el duro fajador de las frases fulminantes –«¡váyase, señor González!», es solo una de ellas– que asfaltó el camino de José María Aznar hacia La Moncloa y el de Isabel Díaz Ayuso en la Puerta del Sol.
Redondo y Rodríguez han sabido aplicar en España las principales enseñanzas de los avezados «spin doctors» americanos: campaña negativa, agresividad, ataque incesante y control de los medios. Uno de los virtuosos de estas artes fue Roger Ailes, hábil agitador que trabajó al servicio de presidentes republicanos como Nixon, Reagan y Bush, y después, desde su cargo como jefe máximo de la cadena de televisión FoxNews, construyó las escaleras para que Trump ascendiera a los cielos de la Casa Blanca. Las claves de Ailes eran estas: imágenes, escándalos, errores, sondeos y ataques. Evita los errores propios, busca o fabrica escándalos ajenos, analiza bien los sondeos y ataca (siempre). Y sobre las imágenes, expuso su teoría del «foso de la orquesta»: pones a dos personas sobre un escenario; una de ellas dice que tiene una solución para el cáncer, mientras la otra se cae de cabeza al foso de la orquesta; ¿qué saldrá en los medios? La caída.
Tal muestra de impudor no es más que la consecuencia de un exhaustivo estudio de la psicología social y de los motivos, más apasionados que racionales, por los que cada persona decide su voto. Como sostiene Redondo, «yo primero me emociono, y después pienso». No es muy distinto de lo que respondió Ailes en una entrevista, cuando le preguntaron si, tal y como él defendía, sería una locura que un candidato centrara la campaña en ofrecerse a hacer algo por su país. «Sería un suicidio», respondió con sarcasmo –o cinismo–.
Destruir al rival es más efectivo que construir un programa de gobierno que, por otro lado, nadie lee. Y tan efectivo como la destrucción del adversario es el control de la agenda política: que durante la campaña se hable de lo que a mí me interesa, y no de lo que interesa al enemigo. Eso ha intentado, con éxito discutible, el otro famoso «spin doctor» español, Pablo Iglesias. Llegó a sentarse en el Consejo de Ministros, pero apenas aguantó un año, porque en la vicepresidencia segunda y el Ministerio de Asuntos Sociales y Agenda 2030 había mucho que hacer. Estaba obligado a gestionar y tal cosa no está en su naturaleza. Y ahora se va.
Lo que han demostrado las elecciones de Madrid es que no siempre está justificada la aureola de invencibilidad y omnipotencia que se pretende conceder a los «spin doctors», porque todos cometen errores. Todos tienen éxitos y todos fracasan. Se lo quiso explicar «Garganta profunda», la secreta fuente informativa del «caso Watergate», al periodista Bob Woodward: «Olvide los mitos que envuelven a la Casa Blanca», porque a quienes trabajan en los despachos del poder también se les van las cosas de las manos.
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