Juan Ramón Lucas
El amigo infiel
Pero eso no resta un gramo de responsabilidad al Gobierno español por la desastrosa gestión de las relaciones con el susceptible pero necesario vecino del sur
Marruecos es un socio desleal, un aliado infiel, un amigo caprichoso y egoísta como esos que se enfadan porque has saludado antes a su mujer que a él. No es de fiar. Y, sin embargo, le necesitamos. Hay una vieja disputa sobre el Sáhara, jamás resuelta, enquistada como un grano inaccesible que brotase cada poco estimulado por el frío o alguna corriente sanguínea inesperada. Ese Marruecos dolorido es el que ahora espera que España se sume a Washington en su estimación diplomática de que nada puede suceder en el Sahara sin Marruecos. En realidad, España parece actuar de hecho teniendo esa idea en el horizonte, pero su política exterior con el vecino del sur es tan errática que uno no termina nunca de saber exactamente a qué juega. Y eso con Marruecos, el amigo caprichoso e irritable, es un asunto delicado. Ya metió la pata Sánchez cuando quebró la vieja tradición de abrir la temporada viajera de cada presidente de gobierno con una visita a Rabat. Aquello fue un principio indelicado diplomáticamente. Tampoco ayudó mucho el pertinaz y público apoyo del ya ex Iglesias al referéndum sobre el Sahara. El final, en medio de esa expectativa marroquí de paso al frente y definición precisa de la política exterior española, ha sido traer a hurtadillas y pretendiendo que fuera cosa secreta, al líder del frente polisario para curarse de covid en España. Un tipo que tiene cuentas pendientes con la justicia española que el Gobierno de Sánchez no parece dispuesto a hacerle cumplir. Pero eso no es materia de relevancia en este momento. Sólo una anotación al margen (o quizá no tanto). En todo caso, lo sustancial es que ocultaron a Marruecos ese traslado. Según dijo la ministra de Asuntos Exteriores, González Laya, la cuestión no afectaría lo más mínimo a las relaciones con Marruecos, «vecino, amigo y socio privilegiado en lo económico y en lo migratorio».
Pero lo ha hecho, y además de una forma diplomáticamente inaceptable, políticamente censurable y humanitariamente inadmisible.
A Sánchez y su Gobierno también les ha pillado a contrapié esta crisis. El problema para ellos y para España es que no se puede resolver en el año 2050 ni echándole el muerto a las autonomías. Es una cuestión de Gobierno y, más aún, de Unión Europea. Quizá gracias a esto último pudimos contemplar ayer a un insólito Sánchez contundente, rápido y seguramente decisivo en la acción. Pero eso no ha evitado que desnudara la impericia de la diplomacia española ante Marruecos y las consecuencias de los sucesivos errores de Madrid con Rabat.
Esta es una crisis forzada por Marruecos, que abre fronteras cada vez que se irrita con España. Que es capaz de algo tan atroz como utilizar a su gente para convertirla en arma de castigo y supuesta humillación a España, arriesgando su vida si hace falta. Resulta estremecedor ver cómo la policía marroquí abre su zona de frontera para que pasen centenares de jóvenes utilizados como carne de presión. Poca consideración parece tener a sus súbditos el rey marroquí y el régimen que lo diviniza.
Pero eso no resta un gramo de responsabilidad al gobierno español por la desastrosa gestión de las relaciones con el susceptible pero necesario vecino del sur.
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