Ceuta

Ítacas

«Apenas hay diferencia entre ser lanzado como chantaje o escapar de la miseria»

«Inspirada en millones de historias reales» es la advertencia con la que comienza el vídeo promocional de Adú. La crudeza de la inmigración y la complejidad de África se entrelazan en la película de Salvador Calvo que, a través de tres relatos, cuenta el periplo de dos niños en su aspiración de una vida mejor en Europa, el choque de realidad con el que convive a diario un guardia civil en la valla de Melilla y las insatisfacciones (tan de primer mundo) de un padre y su hija españoles que intentan encontrarse a sí mismos en tierras africanas. Una mirada poliédrica para comprender lo que, a veces, resulta incomprensible, y a la que habría que añadir una dimensión más para unirlo todo: la política y sus ramificaciones estratégicas que empujan los movimientos de los flujos migratorios. Aunque la pandemia puja por eclipsar al resto de las crisis, algunas, tan cíclicas como ésta, vuelven una y otra vez. El recuerdo de la Marcha Verde agita la verdadera dimensión del órdago marroquí, pero con evidentes distancias: ni estamos en 1975 ni somos un país aislado. La frontera de la Unión Europea no puede diluirse por la vía de la fuerza consumada tras un conflicto diplomático, bajo el que también subyace una crisis humanitaria. Al margen de su origen, del choque o error político que las impulsó, todas se parecen entre sí. No importa si los inmigrantes huyen porque la Primavera Árabe convirtió a Libia en un infierno o porque una guerra desangre Siria y empuje a miles de refugiados a buscar cobijo en Europa a través de Grecia o porque aumenten los rumores de las mafias sobre las posibilidades económicas y saturen de cayucos la vía atlántica hacia Canarias. Nada de eso importa. El drama humano siempre es el mismo y resulta inasumible (más cuando afecta a menores). Apenas hay diferencias entre quienes son lanzados como parte del chantaje de un gobierno o usados como rehenes o forzados a escapar de la miseria. Necesidades, anhelos, legítimos derechos. Los tácticos de la geopolítica y los xenófobos ya reconocidos se valen de la esencia infinita del problema: siempre habrá personas deseando llegar a sus Ítacas. Tantas como historias.