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El «procés» sin fin

Estamos por tanto ante un nuevo escenario: el abismo que abrieron el «procés» y el 1-O se dispone a tragarse lo que queda del PSOE

El 1-O pareció significar el final de un largo proceso. Por una parte, el del «procés» emprendido por los separatistas catalanes cinco años antes. Pero también el de una forma de gobernar España y el de una conformación del Estado que habían dado lugar a procesos de nacionalización culminados con un intento de destruir el orden constitucional y acabar con la unidad de la nación española. Era un diagnóstico optimista, como demostró enseguida el precario y modesto, casi recatado, acuerdo que llevó a la aplicación del célebre artículo 155.

Evidentemente, y a pesar de los procesos judiciales, con aquella respuesta los separatistas tenían todos los incentivos para seguir adelante con el «procés» llevado a cabo sin pausa desde principios de los años 80, de nacionalización (y desespañolización) de Cataluña. Es lo que han hecho, consiguiendo incluso un éxito relativo tras la deserción de Ciudadanos y el previsto fracaso del «efecto» –o táctica– Illa. (Todo es tacticismo en el PSOE actual, por mucha propaganda que desplieguen con fechas llamativas como el 2030 o el 2050, por no hablar de 1936)

Lo más extraordinario de todo es que los socialistas van a seguir empeñados en su actitud y se disponen a conceder el indulto a los separatistas y, probablemente a permitir o patrocinar un nuevo referéndum. Y no sólo eso: lo hacen asumiendo los argumentos separatistas que desacreditan las instituciones españolas que deberían defender desde el Gobierno. Estamos por tanto ante un nuevo escenario: el abismo que abrieron el «procés» y el 1-O se dispone a tragarse lo que queda del PSOE y, si no lo remedia un ataque de sensatez que devuelva a la izquierda una idea nacional de España, a engullir a todo el resto del progresismo.

Ante esto, el papel de las demás organizaciones políticas no es fácil. Algo está claro, sin embargo. Y es que el statu quo previo al «procés» y al 1-O está pulverizado e intentar restaurarlo, como se han empeñado en hacer el PSOE y su gobierno social peronista, está condenado al fracaso y al descrédito de quienes lo promuevan. Otro de los elementos fundamentales de esa «antigua política», como gustaba de decirse cuando íbamos a regenerar la vida pública española, eran los pactos con otros nacionalistas, como el PNV. Pues bien, tampoco se puede ya seguir dependiendo de una fuerza tan profundamente ajena a los intereses nacionales como son los nacionalistas vascos, que casi han culminado ya su propio proceso de nacionalización del País Vasco, con consecuencias perfectamente previsibles.

Se impone por tanto una reflexión a fondo acerca de lo que se ha hecho con la nación española en estos 40 años de democracia, y también acerca de aquello en lo que se ha convertido el Estado de las Autonomías. Parece, y es, una tarea titánica. Pero para eso se ha empezado a consolidar una nueva generación de políticos que deberían ser capaces de responder a los nuevos retos que plantea una situación no tan nueva ya. De hecho, si continúa, se llevará por delante otras muchas cosas.