El desafío independentista
El complejo de Sánchez
Detrás de declaraciones de buena voluntad, engoladas y políticamente correctas, se encuentran las intenciones reales de unos y otros.
Aragonès y Sánchez abanderan el diálogo en Cataluña, con románticas frases como “busquemos juntos un nuevo nosotros” o “abriremos una nueva etapa de diálogo y negociación”, pero detrás solo hay una posición de debilidad del socialista y otra, inamovible de ERC, la independencia de Cataluña.
El aliño lo forman dos cuestiones tácticas: los indultos a los presos del Procés y el referéndum de autodeterminación. Luego está la maquinaria de cesiones, como la modificación en el código Penal del delito de sedición.
También están midiéndose. Los independentistas quieren saber si pueden obligar al Estado a un acto de contrición y Sánchez intenta que el precio de vivir en Moncloa sea firmar la libertad de los del Procés.
Esto no es una auténtica negociación, porque los separatistas no van a ceder en nada, solo ganarán posiciones. Otra cosa es que se comprometiesen no tanto a abandonar el ideal de independencia de Cataluña, como el de no llevar a cabo ninguna acción que violente la Constitución y el Estado de Derecho.
El único que parece estar dispuesto a ceder es Sánchez que, sin siquiera haberse sentado a negociar, ya ha asumido los indultos.
Puede que ERC esté haciendo promesas al oído del líder socialista, pero solo pueden ser mentira, incluso puede que los republicanos no sean conscientes de ello, porque cualquier acto o acuerdo que les desvíe de la consecución de la independencia, sería automáticamente aprovechado por Junts y viceversa.
Es decir, el separatismo catalán vive en un eterno equilibrio de Nash que les impide moverse de las posiciones maximalistas.
La apuesta de Sánchez es de alto riesgo. Para cualquier socialista, Felipe González es un referente tanto en cómo llegó al gobierno, como en el legado que dejó al país. Quizá por eso, el entorno del líder socialista se afana en desacreditar al expresidente, solo es un problema del complejo que tiene Sánchez, que entró en Moncloa por la escalera de incendios y que, después de tres años en el gobierno, ha metido a Podemos en el gobierno, y ha alimentado la aparición de un partido de extrema derecha para debilitar a la derecha política clásica.
Sánchez ve en Cataluña la tinta con la que escribir su página en la historia de España, pero su propia debilidad le impide ver con claridad que es un error, que el Estado es hoy menos fuerte que antes de su llegada al poder, que los independentistas catalanes están abriendo un camino que no acariciaban ni en sus mejores sueños y que, más pronto que tarde, querrán transitarlo sus homólogos vascos.
No se trata de una percepción de una parte del PSOE crítica con el líder socialista. Los sondeos electorales de las últimas semanas marcan un claro descenso de los socialistas y acercan a Casado a la Moncloa, es algo que intuyen los ciudadanos. Si Sánchez no atiende a razones de Estado, al menos, debería hacerlo a las electorales.
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