Podemos

De mayorales y ofendidos

Tampoco ve opresión alguna hacia Cataluña, ni imposición de criterios, ni derechos cercenados

Perdió a su mayoral anticasta el hierro de Podemos y surge bravo y encastado el Mayoral vociferante, ofendido guardián de las esencias y valores que santifican y defienden a las clases oprimidas. A Lía le parece que hay mucha congoja y apretura entre la ciudadanía, ella misma las sufre en pleno ERTE y con el cielo a punto de caérsele encima por las deudas que no sabe cómo va a pagar. Así y todo, le cuesta identificar los perfiles precisos de la ofensa a quienes en estos tiempos malogran tantas camisetas rasgándoselas de puro dolor por su pueblo y por su clase. Lía fue empresaria hace tiempo y luego se convirtió en autónoma, pero se fue liando más de lo debido, entrampando en deudas y firmando créditos hasta que tuvo que echar el cierre y emplearse por cuenta ajena. Ahora aguarda, con la impaciencia de los que viven al día, el próximo quiebro de su espinoso camino laboral.

Ha visto en las noticias cómo desde la tribuna del Congreso el tal Rafael Mayoral señalaba como provocador al Banco de España, y sugería correr a gorrazos al gobernador de esa entidad cuyo delito de lesa humanidad –atacar salvajemente a las clases populares, o algo así, dijo su señoría– era haber presentado un informe en el que ponía en cifras el daño de las últimas subidas del salario mínimo.

A Lía aquella subida de hace un par de años le pilló en sus últimos estertores como empresaria. Recuerda haber comentado con la gestoría la dificultad para cerrar una contratación prevista entonces y cómo Manuel, el gestor, le había sugerido que hiciese un último esfuerzo, y ya que tenía que aumentar la inversión para el nuevo puesto de trabajo, aprovechara para hacerse con alguien más cualificado. Finalmente tuvo que renunciar a ello, pero se quedó con la copla: la nueva subida no sólo abortaría contrataciones, sino que perjudicaría a los menos preparados que tendrían aún más difícil lo de trabajar. Era buena idea, una iniciativa generosa y plausible la de subir el Salario Mínimo. Pero hacerlo así de golpe, podría traer más pena que alegría.

Y así parece que ha sido. Así lo registro con cifras y letras el Banco de España que estima que como consecuencia de aquella subida del 22 por ciento en 2019 frenó la creación de unos 145.000 puestos de trabajo entre los menos cualificados, sobre todo en jóvenes y mayores de 45 años. Los más necesitados de empleo, por tanto. Era previsible, y el Banco ha tardado dos años en concluir su estudio de situación.

Pero el señor Mayoral, que quizá ambicione la mayoralía dejada vacante por el silente Iglesias, estima que el retrato de la realidad, cuando es dolorosa y no concuerda con su posición, es un ataque. Un ataque a las clases populares. Una agresión salvaje y merecedora de una acción violenta. Se pregunta Lía si el señor abogado se considera a sí mismo ultrajado y en caso afirmativo si se cree él representante, portavoz o mayoral de las clases populares. Defíname clases populares: ¿los pequeños empresarios o autónomos que emplean trabajadores son clases populares? Supongo que no. ¿Qué son entonces? ¿Los trabajadores por cuenta ajena? ¿Sólo ellos? ¿Cualquiera que emplee personal o tenga un negocio no es clase popular? Le suena a Lía viejuno, irreal y desmedidamente interesado el análisis del tosco e irritable parlamentario. Y lo de correr a gorrazos, ¿golpear con saña con una gorra? ¿O es una metáfora de la necesidad de perseguir esos comportamientos? De ser así ¿qué tipo de persecución o reacción merecería el señor Hernández de Cos, gobernador neutro y técnico del Banco de España?

Se lía Lía en preguntas sin solución, pero a la que se pone a pasar pantalla, resignada a no encontrar respuesta, se topa de sopetón con los otros grandes ofendiditos contemporáneos, los oprimidos por el estado centralista español que cercena con violencia policial las ansias liberadoras del pueblo catalán, de sus clases populares; bueno, aquí también burguesas, que son las que más protestan.

Tampoco ve opresión alguna hacia Cataluña, ni imposición de criterios, ni derechos cercenados. Sólo un grupo vociferante que exige una mesa de diálogo pero sin dialogar, una negociación sin materia negociadora, un camino sin recorrido previo, sólo con un final acordado. ¿Quién oprime a quién? Le parece que la exigencia de máximos como mínimo es una forma de imposición difícil de aceptar. porque no hay nada que negociar por parte de quien dice que no está dispuesto a hacer renuncias sino la exigencia de un referéndum de independencia.

Cierra el ordenador y vuelve a sus problemas. Al hacerlo tiene la sensación de que ha dejado atrás un mundo paralelo que vive en otra realidad. No pasaría nada si no fuera ese el mundo desde el que nos gobiernan.