El desafío independentista

La frivolidad de la nación de naciones

No hay un problema político con Cataluña, sino con los independentistas y su voracidad disgregadora

Al final se ha producido el efecto previsible. España es un país donde es fácil iniciar un proceso de descomposición territorial como consecuencia de los egoísmos ilimitados de los políticos nacionalistas. La mesa del diálogo y la consagración de la bilateralidad negociadora es una catástrofe. No hay un problema político con Cataluña, sino con los independentistas cuya voracidad disgregadora es consustancial a su razón de ser. Desde hace décadas asistimos a una permanente manipulación de la Historia que se remonta al siglo XIX. Las consecuencias de una mala planificación del desarrollo del Estado de las Autonomías nos han conducido a la situación actual. Ahora se ha sumado el PNV y su presidente, Andoni Ortuzar, que reclama el reconocimiento del País Vasco y Cataluña como naciones. Es curioso que dos territorios que no fueron reinos ahora busquen esta fórmula de encaje. Los primeros ni siquiera tuvieron soberanía, salvo que alguien quiera remontarse, con frívola ignorancia, a los vascones de la época prerromana. La realidad es que no ha habido nada más español que ser vasco y solo hay que ver la aportación vasca a la Reconquista y a los reinados de los Austrias y los Borbones. Fueron fieles a Felipe V durante la Guerra de Sucesión y siguieron gozando de sus fueros.

Lo de Cataluña es otro despropósito. Era un conjunto de condados bajo la soberanía del de Barcelona y en la Baja Edad Media se utilizaría el término difuso de principado. El matrimonio de Ramón Berenguer IV de Barcelona y Petronila de Aragón hizo que naciera con su hijo Alfonso II la Corona de Aragón, nunca catalano-aragonesa, que es otra muestra de la zafia manipulación del nacionalismo catalán. El conde barcelonés utilizó la denominación de princeps de Aragón por su matrimonio, pero Alfonso II sería rey de Aragón, conde de Barcelona, por cierto, no era príncipe de Cataluña, y marqués de Provenza. Esta obsesión por el reconocimiento de naciones para complacer a los independentistas lleva el debate al terreno de que todas las comunidades querrán lo mismo y es difícil no aceptar entonces, instalados en el disparate, que lo sean Aragón, Castilla, Galicia, Andalucía, Canarias, Baleares… No hay que olvidar los reinos de Taifas tras la caída del califato Omeya o los cantones durante la I República. Una peligrosa frivolidad.