Pedro Sánchez

Para así digerir el indulto

¿Lo de la luz, el IVA y las mascarillas se hace para amortiguar lo de los indultos? Adrián se encoge de hombros, recuerda que las casualidades en política son escasas

El verano ha traído los indultos y el IVA más reducido para la electricidad. También la caída de las mascarillas, pero esta se deja más al arbitrio del personal: que no sean obligatorias en la calle no es una invitación a dejarlas en casa.

Lo de los indultos y la luz sí traen el rostro pétreo de lo inevitable. Adrián trabaja en una compañía de esas que se pasa la vida purgando su pecado original y buscando mejorar su reputación. Siempre le ha tocado bailar con la más fea, siempre ha puesto su capacidad de crear y comunicar al servicio de compañías financieras, eléctricas o tecnológicas. Y en todos los casos ha sudado sangre para cumplir sus objetivos.

Hoy almuerza con un amigo que escribe guiones. Intercambian impresiones sobre lo fascinante de la situación actual, la habilidad de Pedro Sánchez para vender una cosa y su contraria con el mismo rostro e igual éxito. Es capaz de presentarse ante su electorado comprometiéndose a que las penas del proces se cumplan íntegras y al poco decidir el indulto porque la situación exige que se consideren excesivas. Sostiene sin inmutarse que no dormiría tranquilo con Iglesias en su gobierno, y al poco lo nombra vicepresidente. También es verdad que el electorado español es muy suyo, tiene una personalidad y desarrolla virtudes de percepción muy particulares. Del mismo modo que tolera a Sánchez, o al menos lo ha hecho hasta ahora, sus muchos digodiegos, castigó en su día a Rivera –aquel joven que se equivocó de ambición– por mantener su palabra de campaña. Prometió que con Sánchez no iría ni al baño, pero su electorado no admitió que dejase pasar la oportunidad de proponer en serio un gobierno de centro izquierda cuando Ciudadanos y el PSOE sumaron mayoría absoluta. Se ve que los españoles somos poco dogmáticos, y admitimos mejor el cambio de criterio si nos beneficia que el tozudo «sostenella y no enmendalla». En eso debe ampararse Sánchez para seguir pintando el recorrido de su viaje político con diferentes colores según el tiempo y el lugar. Es lo de la «emoción» del sombrío poder redondista.

Pero quizá están yendo demasiado lejos con el márketing. Es posible, piensa Adrián, que el increíble caso del paseo con Biden convertido en diálogo de Estado con el calentamiento previo y la sorprendente explicación posterior, empiece a agrietar la rocosa infalibilidad de la estrategia marketiniana de Moncloa.

Su amigo el guionista defiende que con la realidad de Pedro Sánchez y su gobierno no se podría hacer una serie de ficción porque nadie la consideraría verosímil. Tanto ir y venir rebasaría cualquier criterio aceptable de giros de guión. Porque el guión, el bueno, la historia que engancha, exige revueltas, obliga a sorpresas. Pero lo de Sánchez no son giros, son tirabuzones con vuelta lateral y doble salto mortal. De los que siempre cae de pie, añade Adrián.

Sonríen ambos ante esa evidencia. Se rinden a la obviedad de que en el caso del Gobierno de España la realidad supera a la ficción en casi todos los ámbitos posibles.

Hasta ahora, añade misteriosamente Adrián. Argumenta ante su interlocutor que lo de Biden puede ser un antes y un después en esa estrategia comercial de infalibilidad, y que lo de los indultos, hecho contra el criterio de la mayoría de los ciudadanos españoles, se le va a pegar en la espalda como un recortable del día de los inocentes. Si al menos desde el otro lado no le fueran a estar dando la matraca un día sí y otro también con lo de la amnistía y la independencia, responde el amigo guionista; pero me temo que no van a callar. Y cada declaración será una muesca en el prestigio ya tocado de Sánchez, cada afrenta y exigencia de quienes consideran los indultos como un derecho y no una gracia del Gobierno, será un puñado de votos perdidos por el partido socialista.

Adrián, experto en levantar reputaciones, le hace al otro una observación tan pertinente como definitiva. Cada vez que un gobierno ha tenido problemas graves de reputación –y eso son votos–, se ha sacado del armario un juego de distracción, un enemigo común y lejano que ha reorientado las iras del personal. Lo hizo el poder político con la banca en la crisis financiera que, sí, fue nuestra, pero muy mal gestionada. Lo hace con las tecnológicas y su insolidaridad y secretismo, y lo está haciendo hoy con las eléctricas y la factura de la luz. Pero en ningún caso, le replica el amigo, andan faltos de razón. Claro, añade Adrián, esa es su baza, que algo de razón tienen. La suficiente para simplificar el mensaje, señalar en una dirección, adoptar alguna medida en plan anzuelo, y ya está, distracción conseguida, objetivo alcanzado.

¿Lo de la luz, el IVA y las mascarillas se hace para amortiguar lo de los indultos? Adrián se encoge de hombros, recuerda que las casualidades en política son escasas y, como su amigo, se pone la mascarilla cuando se levantan, no vaya a ser que se corra más riesgo del que dice el Gobierno de la alegría de vivir y la sonrisa recuperada.