El desafío independentista

Chatarra

Vamos a ver, qué tendrá que ver toda esa materia fecal del castigo, de la venganza y toda esa morralla mental del presidente con el simple hecho del ejercicio de la justicia.

Me ha sorprendido sobremanera la evangélica explicación que finalmente ha decidido dar el presidente Sánchez para explicar los sospechosos indultos que mantendrán en pie a su Gobierno. Los ha justificado diciendo que existe un tiempo para el castigo y otro para el perdón. Me gustaría saber a santo de qué le da ahora por emplear toda esa obsoleta chatarra retórica judeocristiana que no usa ya ni la propia Iglesia católica.

Cuando Sánchez Castejón ejerce de Lando Buzzanca intentando convencer a su votante de que, a pesar de sus infidelidades, no pretende engañarle (“pero si yo te quiero a ti, tontita”) resulta pícaro y hasta simpático. Al fin y al cabo, todos concedemos que la culpa es del votante por quererle a pesar de sus pertinaces mentiras. Ahora bien, cuando se mete a predicador es francamente insufrible. Tiene la cursilería del moralista fariseo y la falsa bondad propia de una caricatura de las damas de la templanza.

Vamos a ver, qué tendrá que ver toda esa materia fecal del castigo, de la venganza y toda esa morralla mental del presidente con el simple hecho del ejercicio de la justicia. Cuando encarcelamos a alguien (y somos todos quienes lo encarcelamos en función de un pacto colectivo, seamos valiente en reconocerlo) lo hacemos para mantenerlo alejado de la sociedad, no para castigar, vengarse o reinsertarlo. Eso son luego efectos accesorios del hecho delictivo, pero el primer objetivo de lo carcelario es evitar que el autor de fechorías pueda andar suelto por ahí repitiendo a su gusto esa conducta de perjudicar a sus conciudadanos. El objetivo primordial del encerramiento, por tanto, no es otra cosa que proteger a nuestros congéneres. Los golpistas encarcelados intentaron con trampas robarnos la democracia al resto de los catalanes y hasta ellos saben que se equivocaron grandemente, aunque no quieran reconocerlo en público. Podrían andar perfectamente libres por la calle si llegamos a un punto en que todos nos ponemos de acuerdo en que nadie debe usar las trampas en temas tan serios. Pero reducir esa justicia a castigos y venganzas es la peor moralina barata que un político puede usar para enfrentar entre sí a sus administrados.