Toni Cantó

Una tarea para Toni Cantó

¡Qué envidia ver cómo cuidan el idioma los franceses o comprobar la escueta claridad lingüística de los ingleses!

Desde el Gobierno y sus aledaños se divierten criticando el nombramiento de Toni Cantó al frente de una Oficina de la Lengua Española en Madrid, que llaman despectivamente «chiringuito». De rebote, el caso les sirve para seguir lanzando venablos contra la presidenta de la Comunidad, Isabel Díaz Ayuso, por tal ocurrencia, que consideran un trato de favor. No le ven sentido a la iniciativa ni a la persona encargada de llevarla a cabo, que ni siquiera es académico de la Lengua ni pertenece a la élite cultural dominante y bien pagada, que se reparte entre sus miembros premios y prebendas y que acostumbra a dictar la pauta. Resulta que entre sus planes no estaba la defensa del español.

Voy a llevarles la contraria. Tengo que confesar que desde hace mucho tiempo echaba yo en falta una iniciativa parecida. Me conformo –brindo gratis la idea y la tarea a Toni Cantó, al que sólo conozco de lejos– con que desde esta Oficina se corrija, paso a paso, el mal uso del español en las manifestaciones públicas de los organismos oficiales de Madrid. Por ejemplo, cientos de miles de viajeros del Metro, muchos de ellos extranjeros, oyen cada día por los altavoces avisos en un pésimo castellano. Algo parecido ocurre en el aeropuerto y en las estaciones del tren. Más de una vez he llamado desde el andén del Metro por el teléfono interior para rogar que corrigieran flagrantes fallos gramaticales en avisos machaconamente repetidos.

No se puede ir a la Puerta del Sol sentándose en un banco, porque así no se llega nunca. Se amontonan los gerundios mal usados, todo se «produce» o se «efectúa», se confunde el «debe» con el «debe de», el «ver» con el «mirar», el «oír» con el «escuchar», y así sucesivamente. El tren siempre «efectúa» su entrada en la estación en vez de entrar sencillamente. Y lo peor es que casi todas las expresiones de la Administración llegan envueltas en un zarrapastroso y detestable lenguaje funcionarial y espeso, mientras la epidemia del inglés invade los discursos y los escaparates.

¡Qué envidia ver cómo cuidan el idioma los franceses o comprobar la escueta claridad lingüística de los ingleses! Así que, en contra de los paniaguados y cantamañanas, no concibo en Madrid una tarea cultural y educativa más valiosa y ejemplar que la limpieza y purificación del uso del español en los espacios públicos.