Pedro Sánchez
Aciertos y errores de Iván Redondo
Con independencia de la polémica sobre su salida, es preciso reconocer errores y aciertos en el trabajo de Iván Redondo una vez que llevó a Sánchez a La Moncloa. Dos fueron sus aciertos. Supo reducir el impacto social de la negligencia en la gestión de la pandemia. Fallaron en los mensajes y en las predicciones, mintieron sobre el uso de material sanitario, y ocultaron el número de muertos. Esto podría haber sido demoledor para el Gobierno, pero Redondo supo comunicar bien.
Su segundo éxito fue en las elecciones catalanas, confirmando lo que dicen de él en el PP: bueno para llegar al poder, malo para conservarlo. Supo ocultar los errores de Salvador Illa como ministro de Sanidad durante una pandemia, y consiguió que el PSC ganara las elecciones.
Los errores son más. Redondo decidió el riesgo a asumir: abrazarse a nefastos aliados con pésimas políticas. No es cierto que no tuviera más opción. Eligió ir con quienes quieren romper el orden constitucional, en lugar de acercarse al PP, pactar un programa legislativo, y salir de la crisis. Pensó que sería capaz de crear un nuevo consenso político que asegurase la hegemonía de Sánchez durante años.
La estrategia sonaba bien en su cabeza. Era una segunda Transición pero sin la derecha. La presencia de Vox daba la coartada perfecta para movilizar las emociones del electorado de izquierdas y nacionalista. Pablo Casado estaría aprisionado entre Vox y Cs, al tiempo que la izquierda daba protagonismo a Ayuso como la verdadera líder del PP para debilitar a su Presidente. El panorama parecía perfecto para el estilo de Redondo: la política emocional.
No obstante, el gurú de Moncloa falló en su punto fuerte: la comunicación. No supo convencer a los españoles de que los golpistas y los nacionalistas son los mejores aliados para España. La acumulación de desaires e insultos a la Constitución, a la soberanía nacional y al Rey quedaron sin respuesta eficaz por parte de Redondo. La palabra “concordia” quedó como un mal chiste.
El envalentonamiento de los golpistas fue en aumento sin que el Gabinete del Presidente pudiera contrarrestarlo. Los mensajes no llegaban ni poniendo RTVE a toda máquina. La portavocía del Gobierno era un desastre, y sus terminales mediáticas no conseguían que calara eso de que el golpe de 2017 fue contra el PP.
El punto final fue la chulería de Gabriel Rufián en el Congreso, cuando a la negativa de Sánchez al referéndum de autodeterminación contestó “denos tiempo”. Redondo había fallado en la comunicación, pero también en el control de los aliados. No había sabido transmitir la bondad de ceder a las exigencias de los que odian a España, y tampoco controlaba sus manifestaciones públicas. Unos días antes los golpistas se hicieron la foto de grupo en Waterloo, y Pere Aragonés se jactaba a su salida de La Moncloa de que solo cabía hablar de amnistía y referéndum.
A esto se unió otro traspiés en la estrategia de Redondo. El gurú sabía que la división en tres del voto de la derecha le aseguraba la debilidad del adversario. Todo cambió cuando Pablo Casado se opuso a la moción de Vox en septiembre de 2020, e Inés Arrimadas comenzó a flirtear con el sanchismo en Murcia, Castilla y León, y Madrid. El votante de Ciudadanos se fue al PP, como ocurrió en las elecciones madrileñas del 4-M. Ya solo quedan dos en la derecha, mientras que en la izquierda con Más País hay tres.
Errores de comunicación y de control dejaron la parte socialista del Gobierno hecha trizas, y un PSOE asustado ante las encuestas. Sánchez se decidió, tiró entonces del manual de resistencia y sacrificó a Redondo para sobrevivir. Normal.
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