Afganistán

Talibanas

Un burka en Madrid es como un traje regional propio de otras civilizaciones

Ha caído la noche sobre Kabul. La luna crece entre la calima. Las llamadas intelectuales invitan en uno de esos manifiestos que son agua antes que papel mojado que dejen salir a la afganas, que de repente a sus ojos se han sacudido el burka y se han vuelto visibles en una bobalicona tarde de verano. Estas chicas de la santa comunión en la progresía calman su conciencia con un panfleto mientras los talibanes se limpian los mocos en sus principios. Hubo un tiempo, tal vez todavía lo hay, en que fue posible parar a esta panda de salvajes, pero cuando se intentó el malo era Occidente que quería apoderarse de su lugar estratégico y del oro negro de la zona, solo había que ver cómo se resaltaban las bajas del bando enemigo con imágenes de hombres que llevaban niños ensangrentados entre los brazos. Almas de cántaro. Ahora serán niños, niñas, mujeres, hombres de pelo en pecho, los que morirán sin que ninguna cámara ose a testificar el horror. Es asombroso el cuajo que tiene la izquierda planetaria, y en especial la de raza ibérica, criada con bellota, para llorar tanto por las consecuencias como por los modos de evitarlas. La guerra es mala siempre. Entonces, ¿es mejor la guerra o lo que permite la paz? ¿Tienen mejores intenciones los extremistas islámicos que EEUU?

Los vándalos vuelven a poblar aquella tierra hirsuta con la ayuda tenebrosa de Pakistán. Para los abajofirmantes, en Islamabad solo hay buenas personas que intentan no ser dominados por Occidente y, de entre los talibanes, hay jóvenes enredados en un nihilismo bárbaro que no hemos sido capaz de parar. A cada tragedia mundial, la respuesta es la misma. La base de esos manifiestos siempre es idéntica, apenas se le cambia el nombre del país y algunos lugares comunes. Cuando en Europa se debate sobre la indumentaria de las mujeres musulmanas, el tono cambia. Cada una es libre de llevar lo que quiera. Un burka en Madrid es como un traje regional, propio de las costumbres de otras civilizaciones que solo los intransigentes nos resistimos a permitir. Al cabo, evita toda sexualización.