Sociedad
Ferragosto
Mientras parece (o puede parecer) que no ocurre nada, se forja todo lo que nos viene
Cuando uno se descubre, como lady Violet Crawley, condesa viuda de Grantham, preguntándose «¿qué es un fin de semana?» o se ha transformado en personaje de «Downton Abbey» y forma parte de la nobleza británica o, como opción más verosímil y probable, se encuentra atravesando lo más profundo e intenso de la canícula de agosto. Un lapso de sofocante lentitud, denso, en el que es lícito cuestionarse si existen el aire y el tiempo: empujados, ambos, por otros ritmos y cadencias. Con los encuentros, celebraciones y reposos envolviendo las horas y los días, estáticos y uniformados, como en un paréntesis que no tuviera fin, se fija la distancia con la realidad. Esa que se presenta en las portadas de los periódicos, que va apuntando en determinadas direcciones y que, mientras parece (o puede parecer) que no ocurre nada, marca las pistas de lo que nos viene. Descubrimos, con «agostidad», detalles de la nueva ley de educación que, lejos de concitar voluntades para formar generaciones, se ancla en la tradición crispada de las últimas cuatro décadas o también, en pleno sopor, impacta el vuelco en Afganistán que solivianta la calma internacional y que, más allá del punzante daño a los derechos en el «emirato del terror», amaga con girar el orden mundial. En esta «agostidad», incluso, se expande demasiado cerca un magma que se adivinaba lejano: el de la censura que veta y amenaza la creación, ya sea contra un pezón que escandaliza en el cartel de la próxima película de Almodóvar o contra la estética pop de reminiscencias marianas de Zahara. La medida de la libertad, la de expresión, la de creación, reducida a un simple «me gusta, no me gusta, me ofende o no me ofende», despojada de su valor y desconectada de una tradición innovadora, sin ataduras pese a las arriesgadas incomodidades (ay, las visitas a los tribunales de Houellebecq o los recónditos y obligados escondites de Rushdie o Saviano). Aldabonazos de atención estival, todos ellos, para defender lo ya construido. Y así, atravesando la quietud y los fuegos artificiales del letargo de agosto, como prolongando el Ferragosto italiano, conviene estar alerta para aplacar otros fuegos, más reales y peligrosos, que acechan a la vuelta del descanso.
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