Música

Adiós, Charlie

Quiso ilustrar cuentos infantiles. Pero terminó en el puente de mando del grupo de rock más abrasivo y sensual. Para su pesar, y nuestra suerte.

Pocos desconocidos más familiares que los artistas que pusieron gramola a nuestras vidas. Ninguno más acreditado, por elegante y dandy, y por haber protagonizado una docena de discos electrizantes, que el imperturbable Charlie Watts. Fue el corazón rítmico de los Rolling Stones. A partir de aquella batería minimalista, los guitarristas de su banda, Keith Richards, el barbilampiño Mick Taylor o el bucanero Ron Wood, drogotas todos, mezclan sus cuerdas para que el cóctel queme. De todos los baterías ninguno más fibroso que el tipo al que los incipientes Stones contratan, primeros sesenta, después de renunciar al té del desayuno. El rubio y enloquecido Brian Jones, el comandante Mick Jagger, el lúbrico Bill Wyman y el resto de la partida suspiraban por los servicios de un tipo que antes de hechizar a 70.000 espectadores habría preferido acompañar a Benny Carter o Billie Holliday en el Kelly’s Stables, cuando la 52 Este de Manhattan convulsionaba como Meca del jazz. Su amor por el blues de Slim Harpo, Howlin´ Wolf y Muddy Waters, su comprensión casi sobrehumana de las sutiles necesidades de las grandes canciones, lo convirtieron en el hombre necesario. El New York Times recordaba este martes las palabras de Bruce Springsteen: mientras Jagger cantaba «It’s only rock ‘n’ roll (but I like it)», no tenías más que escuchar aquellas baquetas, pulsadas por Charlie para entender el por qué de nuestro cuelgue. Todas las baterías de rock deberían de sonar siempre como las que le grabó Jimmy Miller en «Exile on Main Street», aquella barbaridad rockera, country, gospel y soul que registran en el sur de Francia para evitar el expolio fiscal, y que rematan en L.A. tras empaparse del directo, «Amazing grace», de la reina Aretha. Mientras la mafia corsa suministraba caballo a «Keef» y Jagger fornifollaba en el trono del mundo con la bellísima Bianca, Watts acudía al sótano de Nellcôte para marcarse unas «jam sessions» telúricas con la matemática facilidad de un maestro del sushi. Quiso ilustrar cuentos infantiles. Pero terminó en el puente de mando del grupo de rock más abrasivo y sensual. Para su pesar, y nuestra suerte.