Cultura

No pongan sus sucias manos sobre Bond

Resulta difícil asimilar que las dictaduras fueran más permisivas que este remedo de democracia

La artillería woke ametralla al cine y a las series. Netflix, por ejemplo, es uno de los mayores altavoces de los revisionismos históricos, ecologistas, neofeministas, raciales, animalistas y del magma de lo políticamente correcto. Ya no se dan premios al mejor actor o a la mejor actriz y Hollywood suma puntos en los Oscar a las cintas que cuenten con personajes de otras razas que no sea la blanca y de tendencias sexuales diversas. Todo ello no estaría mal si no fuese porque se hace por decreto y para agradar a esta corriente moralista que, sin embargo, echa espumarajos en caso de que no sigamos el devenir del río de imposturas. Nunca, desde la época de los totalitarismos del siglo pasado, la libertad cultural ha estado amenazada hasta ese extremo.

El director de la última película de la saga de James Bond, Cary Fukunaga, se despacha afirmando bajo el paraguas hirsuto del Metoo que el 007 de Sean Connery era un violador y que hoy algunas escenas del clásico agente «serían inconcebibles». Gracias por la explicación. Audrey Hepburn, una escort en «Desayuno con diamantes» sería la condena ostracista de Truman Capote. Almodóvar habría tenido que suprimir la hilarante, el público se envolvía en carcajadas, violación del personaje interpretado por Verónica Forqué por Paul Bazzo en «Kika». Dejemos los ejemplos que darían para rellenar con letra mínima una antigua guía de teléfonos.

La crítica contemporiza con el último Bond porque se ha hecho más humano, sensible y con menos necesidad de aflojar la bragueta, que por lo visto está muy bien considerado. El sexo ya solo se admite en «Cincuenta sombras de Grey», que pone cachondas al gremio de las señoras insatisfechas. Para ver la escena de la mantequilla de «El último tango en París» no habría que ir a Perpiñán, sino a un club de alterne clandestino. Resulta difícil asimilar que las dictaduras fueran más permisivas que este remedo de democracia.

Ian Fleming ideó un héroe al servicio de Su Majestad del que solo quedan los despojos, sometido a una castración ideológica de la que ya no puede salvarse. Bond es una caricatura de lo que quieren que sea el hombre contemporáneo. Claro que el mundo evoluciona, pero para esas florituras ya hay otras películas en las que los personaje se comportan como manda la nueva religión. Bond era Bond y ahora es un espectro trágico del tiempo que nos toca vivir. No pretendo hacer «spolier» de una película que merece la pena ver. La redención de Bond por los pecados cometidos en el pasado no deja de ser un aviso urbi et orbi. La figura que toma el testigo del macho lo explica todo. Si quieren un héroe molón solo nos queda Bart Simpson.