Clara Campoamor

Feminismo Campoamor

Se enfrentó desde la tribuna de oradores a la socialista Victoria Kent que se oponía al «una mujer, un voto»

A Clara Campoamor se la recuerda poco. Sí, ya sé que la conmemoración de los 90 años del voto femenino (del sufragio universal pleno, mejor) la convirtió hace apenas unos días en «trending topic», ese homenaje, tan aleatorio como fugaz, que nos regala la modernidad. Sin embargo, perdonen que insista, se la recuerda poco y, ni siquiera, todo lo bien que se debería. La gesta de conseguir que las mujeres lograran su derecho al voto en 1931, que situó a España a la vanguardia del mundo por delante de Francia, Italia o Suiza, la ha elevado para siempre al olimpo de las diosas civiles. Sin duda. Y ella misma era consciente de la relevancia de aquello que defendía: «No cometáis un error histórico que no tendréis nunca bastante tiempo para llorar», avisaba al resto de diputados que la acompañaban en el Congreso. Sin embargo, la trascendencia, la magnitud real de su legado oculta, como ocurre con casi todo lo importante de la vida, otro enfoque: un modo de entender la política por encima de intereses partidistas y exclusiones ideológicas. Se enfrentó desde la tribuna de oradores a la socialista Victoria Kent que se oponía al «una mujer, un voto» por el temor a que la influencia de la Iglesia y sus postulados decantaran la victoria hacia los partidos conservadores. Campoamor abogó, en cambio, por su condición de ciudadanas plenas al margen del destino de sus sufragios, libres por definición. Y sentó así las bases de un feminismo inclusivo, plural, sin marcajes ideológicos y muy alejado de posturas excluyentes que hoy, casi un siglo después, soliviantan y provocan a distintas asociaciones feministas que preparan para este mes una gran manifestación frente a las «agresiones del Ministerio de Igualdad contra los derechos de las mujeres». Esa es, precisamente, su otra lección. El atrevimiento de enarbolar la igualdad por encima de cualquier categoría, condición o interés particular, afrontando, incluso, elevados costes. Ella asumió el suyo: no fue reelegida diputada en 1933, la primera vez que las mujeres acudieron a las urnas en este país, pero sí ha pasado a la historia. Es bueno recordarlo, aunque solo sea por la tentación de los egos...