Casa Real
Jaque al Rey
No es desde luego ningún secreto afirmar que la piedra angular sobre la que reposa todo el edificio constitucional es la forma de Estado, concretada en la Monarquía parlamentaria, encarnada ahora por Felipe VI, como antes lo estuvo en D. Juan Carlos I. No hay ninguna duda razonable en cuanto que eso sea así, por cuanto en la hipótesis de una caída de la Monarquía, lo que le sucedería sería una III República. Basta repasar lo que fueron las dos precedentes para imaginar cómo sería ésta, máxime a la vista del actual panorama político nacional.
Por ello, no debe extrañar que los aliados de Sánchez en la «dirección del Estado» –Iglesias dixit–, que tienen en su plural y diversa identidad política precisamente el común denominador del deseo de la balcanización de España como paso previo a su intención de descuartizarla, hayan planteado una iniciativa para eliminar el título de Rey para el Jefe del Estado. Los cuatro grupos secesionistas catalanes –Junts, PDcat, ERC, y la CUP– junto a los homónimos vascos y gallegos –Bildu y BNG– pretenden, bajo el pretexto de la Memoria histórica y democrática, desposeer al Rey de su título, ya que alegan «fue Franco quien creó esa figura». De momento, no consta que con el mismo argumento hayan pedido también el desmantelamiento del Sistema Nacional de la Seguridad Social, pero a este paso todo se andará. Confiemos igualmente que no se les ocurra solicitar la eliminación de los pantanos –obra entre las predilectas del Caudillo–, ya que una parte considerable de nuestra producción eléctrica –renovable, por cierto– tiene su origen en ellos, y no estamos para aventuras en el sector eléctrico, como sabemos.
El caso no tendría más trascendencia si no fuera porque precisamente Sánchez llegó con 84 (!) diputados a La Moncloa –y ahí sigue– con los votos en el Congreso de ese «bloque político de la moción de censura», que es quien promueve esa iniciativa. Son grupos y grupúsculos a los que el Gobierno alimenta con sus enmiendas a los Presupuestos, y financia sus políticas lesivas para el bien común y el interés general de los españoles. A eso se le denomina «alimentar al enemigo», valiéndose de una conducta de «pan para hoy y hambre para mañana», aunque más correctamente habría que hablar de una auténtica deslealtad y traición a España por quien tiene el deber constitucional, ético y moral, de defenderla de sus enemigos y amenazas.
La «nueva normalidad» tan machaconamente repetida meses atrás, parece ser para algunos ir amordazados todo el día, y no solo por la pandemia sanitaria, sino ante la política de padecer una situación así.
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