Cádiz

La tanqueta como metáfora

Algunas jóvenes lumbreras herederas «fake» de la izquierda valiente y generosa que combatió la dictadura, están en el mismo discurso cuarenta años después

Gervasio era de los que se desgañitaba en las asambleas de facultad y lideraba la cabecera de las manifestaciones estudiantiles en las postrimerías del franquismo. Cobró. Recibió, como tantos otros, los golpes intensos y secos de aquellas porras de gris. Pero siguió saliendo a la calle. Hasta que en el 82 su partido ganó las elecciones. Allí supo que todo empezaba a cambiar de verdad.

Evoca aquellos tiempos cuando hoy ve en la tele o escucha en su radio de noche a algunos líderes políticos comparar esta policía con la de entonces o mostrar un recelo casi agresivo ante el papel relevante de cualquier persona que lleve uniforme salvo la librea del ordenanza o el babi de los colegios.

La historia de la tanqueta policial convertida nada menos que en símbolo de la represión por parte incluso de miembros destacados del Gobierno, como la vicepresidenta Yolanda Díaz, le conecta directamente con esa idea de la frivolización ignorante que se mantiene en quienes aún siguen teniendo problemas para normalizar su relación con las fuerzas de seguridad del Estado. Que son eso, fuerzas, o sea, que la aplican, de seguridad, responsables de garantizarla a toda la ciudadanía, del Estado, bajo el control y la supervisión de quien lo gestiona en cada momento, al margen de su ideología o intereses políticos. Su papel es esencial, y su estructura y gobierno son democráticos en tanto el Estado al que sirven y del que dependen es democrático.

Tomar la tanqueta, bastante más inocente en su actuación que los ardorosos jóvenes que arrojaban piedras a los policías en Cádiz o cócteles incendiarios en Barcelona, como símbolo de una actuación policial represora, es de una frivolidad que insulta a la inteligencia. Pero debe ser de notable eficacia propagandística, puesto que han hecho uso de ella personalidades tan poco sospechosas de estulticia como la vicepresidenta, o tan informadas como algún líder parlamentario de Podemos. Este último, cree recordar Gervasio, llegó incluso a poner en el debe, en la columna de pérdidas de la tanqueta represora, el hecho de que proviniera del Ejército. ¿Se puede ser más artefacto represor que un vehículo policial de origen militar?

La misión del dichoso blindado –al que seguro le están escribiendo ya más de una letra para el carnaval gaditano– no era otra que apartar de la calle las barricadas formadas por los trabajadores del metal en su protesta. Limpiarla de objetos, vamos. ¿Es eso represión? Dicen algunos indignados que se vió cómo tripulantes policiales del artefacto lanzaban bolas de goma hacia la población, o sea que lo utilizaban en función de acoso a la ciudadanía. Eso admite valoraciones, pero no le otorga carácter inequívoco de instrumento de la represión.

Gervasio recuerda cómo en los años ochenta, recién llegado al gobierno, el PSOE descubrió asombrado el enorme valor profesional de la Guardia Civil, la entrega y la capacidad de sufrir de verdad por la ciudadanía a la que servían. Los años posteriores, los negro y rojo del terrorismo etarra que se cebó en ese cuerpo como en pocos, terminaron de abrir los ojos a aquella izquierda a la que la responsabilidad de gobierno regaló lucidez democrática. Se acordó de aquello hace un par de años, cuando vio a Pablo Iglesias una noche en un informativo de la tele confesando sorprendido –no siempre su capacidad de interpretación conseguía opacar completamente sus verdaderas emociones– que estaba descubriendo cualidades de generosa responsabilidad en el Ejército que no tenía interiorizadas. Y eso que había colocado a su derecha al antiguo jefe del Estado Mayor de la Defensa, Julio Rodríguez. No muchos años atrás decía en una entrevista que las democracias necesitan ejército y policía, pero que a menudo defendían «intereses absolutamente contrarios a la gente».

Hoy, la izquierda que levantó la tanqueta contra el Gobierno, incluso desde el propio Gobierno, parece seguir atornillada en esa vieja idea de los intereses contrapuestos. Gervasio gritaba en las manis postfranquistas «disolución de los cuerpos represivos», y estos días tiene la sensación de que algunas jóvenes lumbreras herederas «fake» de la izquierda valiente y generosa que combatió la dictadura, están en el mismo discurso cuarenta años después.

No hay más que fijarse en lo que hoy se va a mover alrededor de la manifestación de policías y guardias civiles en Madrid. El apoyo del PP, Vox y Ciudadanos a la movilización le sirve a esta izquierda –también lamentablemente al PSOE bajo cuya gestión están las fuerzas de Seguridad del Estado– para volver a hablar de la foto de Colón de la derecha, mientras señala a los policías, compañeros de los represores de Cádiz o los violentos que se enfrentaron a los jóvenes «demócratas» en Barcelona, como barrera antidemocrática que se opone a reformar la ley mordaza. Y no. Ni es verdad lo primero ni lo segundo es cierto.

Pero no pesa la razón y me temo que ni siquiera los hechos ante quienes tiene una imagen viejuna y emborronada de una policía y un ejército que en realidad sostienen y practican valores democráticos al menos tan equiparables a los de quienes les siguen viendo en gris. O incluso superiores.