Jesús María Amilibia

El amor que se va

Es un gran mérito permitirnos transitar por esta parte tan íntima de su vida

Qué hermoso es el título del último libro de Amilibia, «La piel ausente». También es bello, paradójicamente, su relato de la agonía de su mujer, la periodista Ketty Kaufmann. Jesús María ha escrito un diario tan ameno como los de Trapiello y auténtico como «Mortal y Rosa», en el que Umbral contó la muerte de su hijo. Ketty, que sabía en lo que trabajaba, le advirtió: «No seas dramático ni solemne. Eres mejor cuando no te pones solemne» y, quizá por eso, él ha escrito un libro crudo, pero nada pedante. Incluso humorístico: «El paraíso ideal de Ketty, su cielo, sería un gran centro comercial de lujo en el que pudiera comprar en rebajas artículos muy llamativos, casi todos dorados y con adornos de pedrería multicolor». Es un gran mérito permitirnos transitar por esta parte tan íntima de su vida.

Ketty Kaufmann, que era una presentadora bellísima y de éxito, recogió a su futuro marido de la barra de Bocaccio, donde nadaba en whisky, y lo llevó de vuelta a su apartamento, para que durmiese la mona. Él dice de aquella relación que «nunca nos hemos querido tanto como en los malos tiempos. Cuando estuve en la cárcel, cuando salí de la cárcel, cuando perdimos más de lo que teníamos en los casinos de Biarritz, cuando nos quedamos sin casa, cuando la operaron de la cadera, cuando murió Fanny (la perra), cuando mi linfoma...» Han estado casados 40 años que terminan con la contestación de ella a la pregunta de él: –¿En qué piensas amor? –Me asusta mucho la idea de dejarte solo. Amilibia se pasa el resto del libro buscando una réplica imposible a tanta generosidad y al final le dice: «Pensaré en ti todos los días, vivirás siempre en mi corazón». Pero ella se la devuelve otra vez, sonriendo y recordando sus muchos alquileres: «Menos mal que estoy acostumbrada a vivir en casas que no son mías».

Él habla de la melena de Ketty, que se convierte en calva y requiere muchas pelucas para disfrazarse. También de cenas con vino y bailes de vals. Se pregunta si debió ayudarla a morir o si deberá ayudarse a sí mismo cuando llegue el momento. Se pregunta por casi todo, muy a su estilo. Jesús María Amilibia es, sobre todo, uno que se pregunta. Al final, no sabe contestarse. Extrañamente, yo creo que la respuesta la ha puesto él mismo en la cita de Michel Houellebecq que recoge al principio de este conmovedor diario: «El hombre no está hecho para aceptar la muerte: ni la suya ni la de los demás». Efectivamente, el hombre está hecho para otra cosa, querido amigo.