Elecciones

Geometría del castañazo

De esa derrota que auguró Tezanos a Mañueco, bíblica y ejemplar, ni rastro. No ha sido para tanto

Con los 31 escaños que al cierre de esta página las urnas le dan al PP, me he acordado de cuando se decía que Mañueco no es que fuera a seguir gobernando en Castilla y León, es que lo iban a hacer emperador del sacro imperio romano. Visto desde ese día, el golpe de hoy es inapelable.

Pero también me acuerdo del día en que salió Mañueco al primer debate televisivo y alguien dijo que parecía Michael Jackson. Porque Igea estaba en casa con Covid, en esa casa en la que se baña todos los días en una bañera que queda a mitad de camino entre las bañeras de las películas de vaqueros y la bañera faraónica de Cleopatra cuando se sumergía en leche de burra. Digo que Mañueco estaba allí con una corbata de lunares quiero recordar, pero no lo sé porque había hecho crac por dentro y yo solo podía mirarle la perla de sudor que se le intuía en la frente, una gota redonda y fría casi como el rocío de la mañana de hoy. Llevaba dentro un temblor, un algo como de tener al lado un precipicio, casi de tocar con los dedos gordos de los pies el borde de la cornisa de España. Aquel día, Mañueco sonreía con la sonrisa del alcalde del pueblo de la película de «Tiburón», con su traje y su escarapela en la solapa y su discurso de que aquí no pasa nada mientras el monstruo rodeaba las barquitas hinchables de los niños de la playa. La magnitud del abismo la daba el hecho de que estaba perfectamente peinado y aquella onda en la cabeza coronaba los cálculos desfavorables que hace la desdicha cuando uno tiene miedo. Recordé a mi abuela Elena que decía que no era capaz de ver torear a los novilleros porque le parecía que los acababa de peinar su madre. Eso era Mañueco: un novillero recién peinado, sonriendo al publico en ese momento en el que uno siente que lo va a coger el toro, que uno sabe que lo va a coger y los sastres se arrepienten de haberle alquilado el traje de luces.

En la geometría del castañazo que se le adscribía al PP no preveían solamente que cediera poder a favor de Vox, es que iba a perder la presidencia de la Junta. ¿Qué había sido ese sueño de paletos con palillos en la boca, de granjas y de cerdas con margarita detrás de la oreja? Por un momento, Castilla y León parecía ofendida por aquel caminar de dirigentes populares entre las plastas de las vacas y les castigaría con una derrota a favor de la España 2050 y los asados de pierna de cordero impresa en 3D a partir de proteínas vegetales.

Ya sonreía el gato de Chesire de José Félix Tezanos en la madrugada del páramo, y aullaba como el carabo entre los lentiscos una letanía profética en la que Mañueco perdería el Gobierno. En el fogonazo de los rayos de la noche, España le veía la calavera. La horquilla más baja del CIS de Tezanos decía no ya que Mañueco perdía la mayoría absoluta, es que lo iban a colgar por los pies de la gasolinera de Robliza de Cojos en Salamanca en un tañir de campanas del sanchismo. De ahí en adelante, el candidato iba por los mítines con su convocatoria electoral y su culpa a cuestas, y ese dolor que él mismo había provocado le iba a ser infligido con justicia. Tendría su merecido, una cosa bíblica, ejemplar y severa; una derrota castellana. No ha sido para tanto.