Política
Sana envidia y mentira piadosa
Cuando los políticos mienten, prácticamente siempre en su propio interés, eso nunca es una mentira piadosa, sino la vieja mentira podrida de toda la vida de Dios
Lo que llamamos sana envidia no es realmente envidia, igual que la mentira calificada de piadosa no es realmente mentira. La consciencia de ambos vicios ilumina el contraste moral entre la libertad y la política, en particular la progresista.
La envidia es el más ruin de los pecados, porque es el único del que las personas somos incapaces de concebir una circunstancia en la que estemos orgullosos de haberlo cometido. Precisamente por eso hablamos de sana envidia para expresar un sentimiento distinto, que no es el vil pesar envidioso ante el bien ajeno sino la admiración hacia el mismo o el impulso a emular al prójimo.
Una marca fundamental de la inmoralidad del intervencionismo, o el socialismo de todos los partidos, es que legitima la envidia, porque permite recubrirla de nociones plausibles como la «justicia social» o los «derechos sociales», que se traducen necesariamente en la violación de los derechos de las personas. O, expresado de otra manera, si no existiera la envidia, si todos respetáramos los bienes ajenos, si nadie quisiera arrebatarle nada al prójimo, el socialismo no podría existir («Social State and Anti-Social Envy», aquí: https://bit.ly/373vP3Z).
En cuanto a la mentira piadosa, nuestro diccionario la define como «mentira que se dice para evitar a otro un disgusto o una pena». Aquí la clave estriba en el objeto de la mentira: el otro, no el que profiere el embuste sino el que es engañado. La mentira que asociamos a la política en general, y al socialismo en particular, no tiene que ver con el otro sino con el propio político. Cuando Karl Popper decía que había dejado de ser comunista cuando descubrió que los comunistas eran muy mentirosos no se refería a que mentían piadosamente en beneficio de los demás, sino pérfidamente en beneficio propio.
En su debate con Kant a propósito del derecho a la mentira, señaló Constant: «Es un deber decir la verdad, pero solamente en relación con quien tiene el derecho a la verdad. Ningún hombre, por tanto, tiene derecho a la verdad que perjudica a otros».
Por tanto, cuando los políticos mienten, como mienten prácticamente siempre, y prácticamente siempre en su propio interés, no en el interés general, eso nunca es una mentira piadosa, sino la vieja mentira podrida de toda la vida de Dios.
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