Protestas

Éramos pocos y podemos tropezar en la misma piedra

La bronca de los camioneros, la agitara quien la agitara, ha ido a más y abre la veda a más protestas

José Luis Escrivá, ministro de Seguridad Social, con frecuencia polémico, dice que «no se ven los efectos de la guerra». Fichado por Álvaro Nadal (PP) para presidir la Airef, ahora intenta ser más papista que el Papa en el Gobierno de Sánchez. Escrivá, en plenos «idus de marzo» –día 15– presumía de 140.000 empleos más este mes. Tiene las cifras día a día –quizá deberían ser públicas y nos ahorraríamos discusiones estériles–, pero ni siquiera él sabe en esta ocasión como terminará marzo. Sánchez, de periplo por Europa en busca de apoyos para cambiar el método de fijación del precio del megawatio, tiene más olfato que su ministro. El presidente, de pronto, teme o al menos tiene respeto a la calle. La bronca de los camioneros, la agitara quien la agitara, ha ido a más y abre la veda a más protestas. Abascal y Vox impulsan hoy una concentración en defensa de la «soberanía energética» frente a Bruselas. Puede sonar bien a los menos informados y a los forofos, pero rezuma autarquía y es un disparate que recuerda errores de otros tiempos. Eso sí, monta bulla y confunde. Los agricultores quieren llenar las calles de Madrid y no serán los últimos que intenten gritar, y quizá más, porque como decía Kichi, el alcalde de Cádiz, mientras justificaba alguna violencia, «si no, nadie te escucha».

Sánchez, tras la pandemia, el volcán y ahora la guerra entre otras cosas, está en medio del laberinto energético, cada vez mas intrincado y del que no hay salida clara ni hilo de Ariadna que indique el camino. Yolanda Díaz, que se ha dejado plumas al apoyar el envío de armas a Ucrania, aboga por un impuestazo a las eléctricas y, además, para enjugar la inflación, que se congelen los precios de los alquileres. Y, por supuesto, nada de bajar los impuestos a la energía y los carburantes. El semidesaparecido ministro de Consumo, el también comunista Alberto Garzón, saca de la chistera de las ocurrencias absurdas la idea de que los ricos compren menos para «redistribuir las rentas y la riqueza». Disparatado. El inquilino de La Moncloa, ahora sí, tiene un problema si la voz airada de la calle culpa al Gobierno, que puede caer –hay quienes lo piden– en la tentación intervencionista de controlar los precios, casi casi por decreto. Hay un precedente, en los estertores del franquismo, en la primera crisis energética. Acabó como acabó, con más paro, inflación y alejamiento de la media europea. «Esto va revuelto», diría Cela una vez más. Escrivá no ve los efectos de la guerra y Sánchez duda si le beneficia o no que Vox capitalice la bronca en la calle. Éramos pocos y podemos tropezar en la misma piedra.