Cristina L. Schlichting

Por supuesto que se les espió

Lo ridículo es que los golpistas sean socios del Gobierno que los espía

Faltaría más. Por supuesto que se les espió. Ningún español medio confiaría en unos servicios secretos que no hubiesen seguido las comunicaciones de los encargados del organizar la intentona golpista de Cataluña. Para eso exactamente está el CNI: “Prevenir, detectar y posibilitar la neutralización de actividades, grupos o personas que pongan en riesgo, amenacen o atenten contra el ordenamiento constitucional, los derechos y libertades de los ciudadanos, la soberanía, integridad y seguridad del Estado y la estabilidad de sus instituciones”. Hay un sólo reparo a la actividad del Centro Nacional de Inteligencia y es que precisa del amparo del juez. Y lo tenía. El espionaje con autorización judicial fue confirmado esta semana por la directora del CNI, Paz Esteban, cuando reveló que 17 líderes del llamado “procés” habían sido intervenidos en sus comunicaciones.

Ignoramos si fue por el método Pegasus, seguramente no. Pegasus es un sistema de origen israelí que se infiltra en los teléfonos móviles (el usuario puede detectarlo si somete su aparato a determinadas pruebas) y que no deja rastro de quién ha realizado la incursión. Probablemente en los próximos días sepamos de muchas personas espiadas por este método, no sólo nacionalistas ni sólo de Cataluña, pero no es de Pegasus de lo que hablamos. Nos referimos a algo más profesional y serio, algo institucional.

Lo lamentable del asunto no es el espionaje. En toda democracia que se precie se habría seguido y espiado a golpistas semejantes, desde Alemania a Francia, pasando por los Estados Unidos. Lo ridículo es que los golpistas sean socios del Gobierno que los espía. Es más, que el Gobierno los vigilase y organizase su control justo en los días en que firmaba con ellos los acuerdos de legislatura. Según indican las fuentes que han tenido acceso a la información del CNI, las intervenciones se establecieron en 2019, cuando se celebró el juicio del procés y estallaron las graves revueltas en las calles de Barcelona. En el mismo período en que Pedro Sánchez intentaba formar gobierno de coalición con Unidas Podemos y camelaba a los nacionalistas para que lo apoyasen en el proceso de investidura. Sánchez necesitaba al menos la abstención de ERC y Bildu y hasta la fecha mantiene a estas formaciones como socios preferentes.

Es imposible nadar y guardar la ropa. Es absurdo tratar a la vez a los socios independentistas de traidores susceptibles de espionaje y de amigos de camino. Pero esto es exactamente Pedro Sánchez, un hombre hecho intelectualmente con una tesis doctoral comprada, que traicionó a todos sus compañeros de partido y que prometió que nunca pactaría con Podemos porque le impediría dormir en paz. El presidente dice a cada cual lo que desea escuchar, sin temor a contradecirse. ¿Que las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad y el CNI le advierten de que los del procés andan formando un nuevo Tsunami Democrático? Pues ordena que los espíen y controlen. ¿Que lo mismos sujetos le son necesarios para su proyecto? Pues los abraza y entiende e incorpora políticamente.

El problema de esta forma de actuar es que desfonda el Estado y precipita la confianza de los ciudadanos. El cinismo se ha establecido en el poder y los votantes “pasan” de los políticos. Los barones socialistas, por ejemplo -Page, Lambán, etc- protestan de los acuerdos con Bildu, los acercamientos de etarras, las transferencias favorables a ETA, pero luego... luego siguen palmeando a Sánchez y gobernando con él. Votar socialista implica ya tales ruedas de molino que, o te tapas la nariz, o caes en la indiferencia electoral. La ministra de Defensa, Margarita Robles, es un ejemplo perfecto de equilibrismo. Aguanta, día sí y día también, los golpes de sus colegas de Podemos en el Gobierno, que buscan su dimisión; pero a la vez protege a Pedro Sánchez demostrando que cumple la ley y se ampara en los tribunales para espiar. En definitiva, depende de él para seguir adelante.