El cuaderno

Un buen día para morir

Hoy reaparece en Madrid Alejandro Talavante

La ciudad ha amanecido en no sé qué inquietud y se la siente excitada, eléctrica, fecunda, primaveral y nerviosa. Los taxistas en la cola del aeropuerto, los que se han puesto pelo en lo de Cristiano, los porteros que se llaman Joaquín, los niños en el desayuno, los yonkis rehabilitados, las claveleras y los que ponen el pladur en las casas van preguntándose qué puñetas pasa y lo que pasa es que es 13 de mayo y hoy reaparece en Las Ventas Talavante. Por la elipse del toreo camina Alejandro vestido de promesa y delgado como un cuchillo. Se fue hace un tiempo y cuando los toreros se van se rompe un espejo en el que mirarse. Luego con suerte vuelven y entonces nos reencontramos con ellos, pero sobre todo con nosotros mismos.

Así que bajaba hace un rato Madrid hacia la explanada de Las Ventas por la calle de Alcalá en esa cuesta abajo de sus propias felicidades, y iban el nieto con el abuelo, la veinteañera con los shorts, y, el del puro y la humareda y el vendedor que proclama a los cuatro vientoe”¡Friagua, friagua, friagua!”. En la salida del metro han quedado los pibes y los fantasmas de los padres que murieron hace tiempo reunidos ese gigantesco conjuro a la fortuna que se llama Madrid por San Isidro.

Un día en que iba a torear en Madrid, Alejandro Talavante se hizo una foto en el puente de la M30 vestido de corto mientras un limpiabotas le sacaba brillo a los botos. Se publicó al día siguiente en la prensa en una entrevista en la que se titulaba: “Hoy es un buen día para morir”. Y para vivir también es un buen día, me digo yo hoy. Porque solo se puede vivir en plenitud dispuesto a la muerte en plenitud, como para entender la luz hace falta comprender la sombra, y que sea lo que Dios quiera. En el bar del nueve las tardes de clavel hay un tipo que se te queda mirando muy serio y de pronto te dice: “Hoy creo que sí”. Yo también lo creo.