Política

Yolanda, tímpano de España

Se dispone a escuchar al pueblo y como buena española va a oír lo que quiere

«Ya arranco», ha dicho Yolanda Díaz y el ocho de julio comenzará lo que llama «el proceso de escucha» a la izquierda de la izquierda. La izquierda siempre tiene algo a la izquierda de la izquierda que es el eufemismo que se ha buscado para referirse a la ultraizquierda, extrema izquierda, izquierda radical o como se le quiera llamar. Porque por la derecha, España tiene el extremo de la extrema derecha que es un abismo cercano, casi una cornisa en la que aguanta encaramada toda derecha intentando no mirar abajo. Recuerdo que Rajoy era ultraderecha y lo del trifachito según el cual el fascismo empezaba en Ciudadanos. Porque para ser de extrema derecha solo hay que ser de derechas pero a la extrema izquierda nunca se llega. La derecha, como digo extrema, se aparece en el imaginario como un purgatorio de chulos a caballo, humo de faria, coches quemados, cascotes y óxido de naves abandonadas donde si te pinchas con algo te tienen que poner la antitetánica de la corrección política. En la izquierda siempre hay sitio para estar a la izquierda de la izquierda. Hablo de ese sitio como de poner la toalla por allá, que no hay nadie, fresquito y buen tiempo, restaurantes baratos, refugios de montaña y cosas chulísimas más allá de los caminos y la verde grama, un territorio ideológico de verdes praderas, olivares y manantiales de leyenda del final del arco iris.

Yolanda escuchando, tímpano de España, dicen que tiene un sónar que ni el «Nautilus». Se dispone a escuchar al pueblo y como buena española va a oír lo que quiere. Irá a las fiestas del orgullo de Madrid a ver qué le dicen, que es como si yo pregunto qué opina sobre la tauromaquia en el bar de la Puerta del Desolladero de Las Ventas después de una corrida de San Isidro. Digo que Yolanda te escucha y te suma y te cuida y viene de madre amantísima, aparición y casi de meiga buena de Fene cuando le hacía el peinado a Mónica Oltra con la plancha en el coche oficial.

Yolanda sigue viniéndose como una promesa mariana que, si te digo la verdad, no llega nunca o es que ya ha llegado. Temen que se pinche el globo; yo no sé siquiera si alguna vez hubo globo. Pasan las convocatorias electorales y los ciclos políticos y el efecto Feijóo y las notas en la carpeta de la rueda de prensa del Consejo de Ministros donde alguien le ha apuntado las partituras del Apocalipsis según el centro derecha y como buena mesías, Yolanda no termina de llegar. Ahora porque no le viene bien, ahora por lo que sea, se entiende que su llegada compondrá un advenimiento en el que la izquierda se inspirará en su sonrisa y los votantes quedarán clavados de rodillas en mitad de los campos con los ojos en blanco y recitarán con acento gallego párrafos enteros de la reforma de la reforma laboral. Esta alegoría la completan Errejón de Monaguillo y de niño en el cuadro de Virgen Lactante y Ada Colau y Mónica Oltra al borde de la imputación; ya veremos. Carmena le ha dicho que no le hará las empanadillas para cenar, Teresa de Cádiz que nanai y en Podemos no la soportan, pero por alguna razón reformará la izquierda y España.

En realidad, Yolanda es una promesa ya cumplida porque ya es vicepresidenta y ya tocó el techo de Mi Españita. Se hizo carne en aquellas fotos con la patronal y los empresarios flotaban detrás de ella a medio metro del suelo y les hacían chiribitas sus patronales ojos. España entró con Yolanda en una suerte de celo maternal, un amor extraño, una fascinación y un influjo vestal, de esos raptos que te suceden en la vida una vez; no sé si dos son demasiadas veces.