Opinión

El granero clausurado

Todos los pronósticos saltaron por los aires anteayer y el PP consiguió la mayoría absoluta por primera vez, después de años, en Andalucía. La noticia para los andaluces es que habrá estabilidad gubernamental en su región los próximos años, cosa que todo el mundo entiende que era precisamente lo que deseaba, con buen juicio, la mayoría de la población en la zona. Y es que nadie sabe lo que va a pasar en setiembre con la economía, así que el resultado de estas autonómicas deja a los andaluces bien armados, al menos, para las incertidumbres que puedan venir en los difíciles meses próximos que nos esperan.

El verano será todavía una época de euforia debido a la salida de la pandemia y a las ganas de los contribuyentes de poner toda su voluntad al servicio de hacer circular todo lo que no se ha gastado durante el parón. Pero las sombras de futuro contienen serios nubarrones abrumadores (materializados en el precio de la energía) y nadie será capaz de decirnos si esta extensión veraniega durará o será precisamente la última bonanza antes del desastre.

Frente a un panorama como ese, todo el mundo llega a la conclusión de que prudencia y moderación son las únicas estrategias recomendables. El éxito de Juanma Moreno y Feijóo ha sido saber conquistar la representación de esos conceptos ahora mismo ante el electorado y arrebatárselos a Ciudadanos que no pudo defenderlos como debía después de haber conseguido visualizarlos con claridad en las últimas elecciones. Esa será siempre la condena de los moderados vocacionales: que se les deja de hacer caso y se les olvida cada vez que los prosélitos atienden a razones y se vuelven morigerados por un plazo más o menos largo de tiempo.

Esa será la clave para testar la solidez del gobierno de Juan Manuel Moreno; si es capaz de robustecer el concepto de moderación y hacer de él la viga central de su proyecto. Por ahora, muestra con serenidad tenerlo claro. Ha sido clave en todo ese desarrollo no perder la calma para conseguir que fuera la propia gesticulación desaforada de Vox la que, por comparación, los convirtiera en moderados y desplazaran así de ese podio a Ciudadanos.

En el otro lado del arco político, la situación es exactamente la contraria. Para el socialismo, en Cataluña, las últimas elecciones autonómicas dieron de sí tan solo lo justo para salvar los muebles y conservar el electorado, cosa que en aquella comunidad puede leerse positivamente con un poco de buena voluntad. Pero la derrota en Madrid fue aplastante y ahora la decadencia en lo que fue su feudo y granero de votos desata todas las inevitables operaciones matemáticas de lo que supone eso estadísticamente trasladado a la prospectiva de unas generales.

El problema ahora mismo del socialismo español es que gasta tanto tiempo y energía en construir relatos presentables de sus derrotas que ya no le quedan fuerzas para intentar reconducir la dirección de su proyecto hacia una línea de acción que fuera aceptable para una gran parte de lo que fue su electorado. Muchos socialdemócratas les han abandonado y seguirán haciéndolo debido a sus erráticas políticas cambiantes según la conveniencia de cada uno de sus negociados. Un ejemplo es la curiosa actitud de la izquierda catalana frente al nacionalismo impositivo del caciquismo, una lucha que sería propia de la socialdemocracia pero que han sido incapaces de hacer suya ni siquiera con moderación y aún menos de visualizarla de cara a su propio público votante. ¿Se imaginan ahora mismo a un PSOE librado únicamente en las generales a la suerte de su escéptico granero de votos catalán? El socialismo español ya cometió el error hace muchos años de no ver que lo que consideraba graneros plebiscitarios probablemente eran ya más bien vertederos incontrolados. Eso volverá a pasar y la realidad de la aritmética al final terminará, tarde o temprano, clausurándolos.