Mónica Oltra

Esa obscena superioridad moral

Existe algo que se llama madurez, esa que muestran los ciudadanos a la sazón electores y ahí no hay moralina, baile ni pancarta que se resista

Tan solo han pasado seis días desde el vuelco sociológico que para Andalucía suponían los comicios del domingo y da la sensación de que, en lo relativo a algunas cosas han transcurrido años. Hoy se contempla como normal el hecho de que un perfil humano y político como el de Juan Manuel Moreno acapare el sentir de una sociedad que no está para histrionismos, que mira a sus gobernantes de carne y hueso como si llevaran ahí toda la vida y que parece haber dado carpetazo a una etapa del pasado marcada por el sonrojo del llamado «régimen de los ERES» durante el que centenares de millones de euros fueron sustraídos a las arcas públicas en una de esas rapiñas sin parangón. Curiosamente cuando esto ocurría en Andalucía y paralelamente en Cataluña se había destapado el escándalo del «tres por ciento», donde los focos político-mediáticos se posaban de forma inmisericorde -¡qué cosas!- era en la comunidad y ayuntamiento valencianos gobernados en aquel entonces por el PP de Camps y Barbera protagonistas de asuntos de presunta corrupción que en muchos casos acabaron archivados, eso sí, previa «pena de telediario» y lanzando al estrellato político a personajes como la ya dimitida Mónica Oltra golpeada por el listón que ella misma había situado para otros. Pero lo que resulta tal vez más obsceno -al margen de una inevitable dimisión que viene a tratar de paliar consecuencias electorales más que éticas- es la obstinación por parte de la ya ex vicepresidenta y de su partido Compromís extensiva a la generalidad de la izquierda, por establecer un marchamo de superioridad moral que les sitúa varios palmos por encima del resto de los mortales bajo el manido mantra de que la derecha es corrupta por naturaleza, mientras que en la izquierda y en una parte del nacionalismo cuando se sucumbe al «mangoneo» o a cosas peores, al menos lo han hecho «los nuestros». La marcha de Oltra añade en sus formas elementos que no dejan indiferentes, como el casi automático argumentario que equipara la denuncia de una menor con contubernios de la «extrema derecha» o el «papelón» asumido por dirigentes de la izquierda sosteniendo la respiración en un ascensor donde alguien no ha controlado esfínteres, por no hablar de la enésima falta de respeto a la acción de la justicia, otra vez señalada como cómplice de oscuras cloacas. Pero existe algo que se llama madurez, esa que muestran los ciudadanos a la sazón electores y ahí no hay moralina, baile ni pancarta que se resista.