Estados Unidos

Meapilas con la matraca del aborto

Salvemos al koala y al toro y al cachorro mestizo de la perrera, y abortemos los niños porque a sus padres ahora no les viene bien

En la imagen, una mujer protesta frente al Tribunal Supremo de los EE UU en Washington disfrazada de la protagonista de la serie «El cuento de la criada». En la historia, la democracia de los EE UU se ve sustituida por un régimen teocrático en el que la mujer es obligada a procrear. Con la prohibición del aborto como derecho en la corte de los Estados Unidos se viene de nuevo este argumento de la objeción a la interrupción del embarazo como cuestión relativa a la creencia religiosa. Si uno como es mi caso se muestra en contra del aborto, ya le están poniendo la sotana y la mitra y una caricatura beata que lo expone a uno en el espacio público como una suerte de retrógrado supersticioso que basa su juicio en visiones del mundo en el que los palomos hablan y las zarzas arden sin consumirse.

Estamos ante un debate ético en el que concurren la eliminación del otro, del otro potencial, el no reconocimiento de sus capacidades, si se puede disponer del futuro de alguien. El progresismo acabará entendiendo la lucha contra el aborto en cuanto es un movimiento que, salvo en esto, pretende supeditar nuestra comodidad a la preservación de vidas potenciales, incluso no humanas. A ver si vamos a tener que dejar de consumir, de viajar y vamos a tener que vivir como en 1941 para proteger no sé qué rana del Amazonas que de seguir así puede extinguirse antes del final del siglo y en cambio no debemos preservar la vida –potencial si se quiere–, de miles de fetos. Salvemos al koala y al toro y al cachorro mestizo de la perrera, y abortemos los niños porque a sus padres ahora no les viene bien.

Si la Iglesia está en contra del aborto, cualquier argumento contra el aborto cae en el saco de las supersticiones. Después te enteras de que a la gente se le revelan las cosas de las maneras más exóticas. Algunos de los que yo conozco que se ríen legítimamente de las cosas de los católicos, un día en que saliendo de los toros en San Fermín y yendo medio pedo, pararon delante de un grupo de indios en el Paseo de Sarasate y allí delante del altavoz escuchando «El Cóndor pasa» tocado a la quena, alcanzaron la verdad sobre el Universo.

Y bien está. Si en cambio la Iglesia sostiene que abortar es malo, se hace imposible una norma que coincida con su juicio y sea aplicable para todos los ciudadanos pues quedarían libres del imperativo los que no pertenecen a esa iglesia. Se aparece aquí la condena del aborto como imposible de aplicar a alguien ajeno a la creencia, como si se pretendiera que los que no creen tuvieran que hacer vigilia los viernes o ir a misa los domingos. Curiosamente, esto no sucede con otros mandamientos de la Iglesia, este mismo de no matarás o el de no robarás. Nadie va por ahí diciendo: «Hey, yo no soy católico y por tanto exijo que se conserve mi derecho a matar y a robar». Nadie en un juicio por –pongamos– corrupción, se atrevería a ridiculizar al fiscal al entender que en su persecución del corrupto priman argumentos religiosos pues lo de no robar venía en las tablas de Moisés y eso lo desacredita como un fundamentalista de no sé qué dios absurdo. Aparecerá alguien en un juicio por asesinato diciendo que ya basta de tanto meapilas con la matraca del no matar.