Incendios

La España que arde

Esta era la famosa transición: pasar de un monte cuidado y habitado por hombres y mujeres que hacían las cosas a su manera a esta Roma con pinares que cruje en las imágenes de los informativos

Pocas cosas resumen mejor en una sola imagen el amor de uno por su tierra que un tipo que corre ladera arriba a apagar un fuego y se acerca al monstruo de llamas y de chispas, ardiéndole los pulmones y el resuello mientras se abre paso entre las zarzas, los bojes y los cascajos. Se le escurren las piedras bajo las botas y le rasgan los brazos los espinos, pero no se detiene, pues se defiende el monte como si se defendiera al padre.

Eso, cuando el monte es suyo, claro, porque ahora lo que pasa es que el monte no es de nadie, porque se lo han robado a sus legítimos dueños y donde tenían un trozo de tierra ahora hay una montaña de papeles sobre cómo hacer esto y lo otro, órdenes, requerimientos, exigencias de saneamiento, listas de pesticidas y herbicidas que no se pueden usar, prohibiciones de quemar, de limpiar, de talar una rama o de cortar un arbusto no sea que se moleste a un lagarto resguardado debajo de una piedra y termine llorando algún bobo del departamento de transición ecológica. Esta era la famosa transición: pasar de un monte cuidado y habitado por hombres y mujeres que hacían las cosas a su manera a esta Roma con pinares que cruje en las imágenes de los informativos.

Si uno se fija, de tanto proteger el alimoche y el ratón y el entorno de la encina, lo que se ha conseguido justamente es que salgan ardiendo. Lo que necesita el campo es gente en el campo, pero nos tragamos el cuento de que la naturaleza sin el hombre estaba mejor y miren la altura de las llamas. El monte necesita actividad y ganado y gente que viva allí sin que le hagan la vida imposible los pisaverdes del Gobierno y los abrazaconejos del animalismo, las gentes que defienden al lobo sin haber visto de cerca, no ya un lobo sino una vaca, y demás ecosaltimbanquis para los que la vida de la ternera vale lo mismo que la vida de la hija del pastor, otro maldito secuestrador de animales.

Para que no haya incendios lo que hace falta es un monte que no esté gobernado por los designios de pijazos de ecohuerto de azotea en Malasaña con búsqueda de información en internet sobre el uso de insecticidas naturales para no molestar demasiado a los pulgones de la planta de tomate y sonido de batucada de domingo por la mañana por la salud del planeta. Lo que hace falta es que para vivir en el campo se puedan hacer cosas del campo, que se atiendan las demandas de sus gentes y no se les insulte cuando se manifiestan en Madrid. Porque si en La Castellana aparece un jinete del pueblo bien vestido, lo llaman facha en Twitter y señorito, pues para la izquierda, la gente del campo tiene que ser pobre, mugrienta, iletrada y hacerse pis en las manos, por eso han de venir a decirle qué ramita puede podar y cuál no. Eso cuando no le vienen a prohibir los encierros, a cerrar las ganaderías de lidia y a decir de sus fiestas que son parte de la España negra y de la pandereta, como si todos en este país tuviéramos que ser politólogos con videoselfie en el concierto de Vetusta Morla. No me gustaría olvidar a los ideólogos de las Dos Españas a la que podrían añadir esta tercera: la que arde.