San Lorenzo

San Lorenzo

Si existe algún paralelismo entre esa historia y la situación actual, Boric no sería San Lorenzo sino el prefecto de Roma

Los políticos no dan puntada sin hilo. Cada palabra, cada gesto, cada relato tienen un único propósito: promover su agenda ideológica y consolidarse en el poder. De ahí que no duden en retorcer la realidad tanto como sea necesario para sus intereses personales. Encontramos un reciente ejemplo de ello en el presidente de Chile, Gabriel Boric. El pasado 10 de agosto, festividad de San Lorenzo, Boric brindó un discurso público en el que nos resumió las hazañas de este mártir: a su entender, San Lorenzo fue asesinado por la Iglesia porque, después de haber hecho un inventario sobre la riqueza de la institución, decidió repartirla entre los más pobres. Vamos, que San Lorenzo vendría a ser una especie de justiciero socialista del siglo III contra los poderes fácticos de la época: un predecesor de las gestas que en la actualidad pretendería ejecutar Boric en Chile.

En realidad, sin embargo, la historia de San Lorenzo es más bien la opuesta. En el año 257, el emperador Valeriano recrudece la persecución contra la comunidad cristiana y les prohíbe oficiar misas. Dado que el Papa Esteban I no acata la liberticida orden del emperador, es degollado durante una misa, lo que vuelve necesario escoger un nuevo Papa. El nuevo Vicario de Cristo pasa a ser Sixto II, quien precisamente nombra al futuro San Lorenzo diácono de la Iglesia. Y, como diácono, tiene la misión de administrar e inventariar los bienes de la institución. Ahora bien, nada de ello lleva a San Lorenzo a repartir esas riquezas terrenales entre los pobres. Sólo es cuando, en el año 258, el Papa Sixto II también es decapitado por oficiar una misma (en contra del edicto de Valeriano), cuando el prefecto de Roma (acogiéndose a otro edicto del emperador que autorizaba a expropiar los bienes de la Iglesia y de los cristianos) requiere a San Lorenzo que, como diácono, le entregue las riquezas de la institución. San Lorenzo le solicita tres días al prefecto para recolectar toda esa riqueza: período que aprovecha, en cambio, para repartirla entre los más pobres del lugar para evitar que ésta sea apropiada por el Imperio. Fue al cabo de esos tres días cuando San Lorenzo acudió ante el prefecto de Roma acompañado con los pobres (pronunciando la famosa frase de que «éstos [los pobres] son las riquezas de la Iglesia»), cuando fue condenado a morir en la parrilla.

Es decir, San Lorenzo es asesinado porque se niega a entregarle la propiedad privada de la Iglesia al poder político de la época: se resiste a ser expropiado por el Imperio. Si existe algún paralelismo entre esa historia y la situación actual, Boric no sería San Lorenzo sino el prefecto de Roma.