Presupuestos Generales del Estado

El paraíso que viene

La economía española seguirá estancada, con baja productividad, bajos salarios –no paliados por los subsidios de los gobiernos– un desempleo gigantesco y jóvenes condenados para siempre a la precariedad

En mayo de 2010, Rodríguez Zapatero asumió la necesidad de proceder a una revisión total de las políticas expansivas que había puesto en marcha contra una crisis económica que se pasó meses negando. Lo hizo de un día para otro y, en contra de lo que parecía lógico, sin argumentar lo que estaba haciendo. El camino hasta las elecciones de 2011 fue como el de una víctima muda y paralizada, consciente de lo que iba a ocurrir, incapaz de reaccionar. Pedro Sánchez debió de seguir muy cerca el proceso y los presupuestos que acaba de presentar, como el tráiler de su primer spot de campaña, demuestran que no está dispuesto a recorrer el viacrucis que su antecesor asumió con resignación casi beatífica. Claro que lo que está haciendo ahora Pedro Sánchez se parece más a la ejecutoria de Rodríguez Zapatero entre 2008 y 2010: una política expansiva para sortear la recesión.

Sánchez cuenta con algunos datos a su favor. La Unión Europea, a pesar de las restricciones en el crédito y la subida de los tipos de interés, sigue dispuesta a repartir dinero a los Estados miembros, siempre que cumplan sus presupuestos ideológicos, claro está, y Sánchez los cumple de sobra. Y la recesión que todo el mundo vislumbra puede ser, según algunas previsiones, relativamente breve. Pasado el invierno y, con suerte, la guerra de Ucrania y la inflación, se podría empezar a ver la luz antes de las elecciones legislativas. La apuesta es arriesgada, aunque eso es lo que le gusta a Sánchez. Otra cosa es que los presupuestos, en vez ayudar a pasar el mal trago de una recesión breve, lleven a empeorar la situación. Es lo que pasó entre 2008 y 2010. En tal caso, está por ver cuál será la actitud de Sánchez cuando le llegue su momento de crisis y contrición.

A más largo plazo, los presupuestos de Sánchez plantean toda una visión de la economía española. Se trata de repartir y confiar que la distribución de fondos movilice la demanda. No se prevén medidas de flexibilización de los mercados ni de aligeramiento de las regulaciones, al revés. El wokismo se superpone al socialismo y al delirio regulatorio autonómico y está propiciando toda una nueva generación de regulaciones. La economía española seguirá estancada, con baja productividad, bajos salarios –no paliados por los subsidios de los gobiernos– un desempleo gigantesco y jóvenes condenados para siempre a la precariedad. Ese es el siniestro modelo de salida de la crisis que propone Sánchez.

Ante esto, va siendo hora de que los partidos de la oposición presenten alternativas que no sean las ya conocidas de austeridad, reducción de gastos y precariedad. El ejemplo de la Comunidad de Madrid es el correcto, pero siempre teniendo en cuenta que la política que habrá de llevarse a cabo desde el Estado central tendrá que enfrentarse a problemas de una dimensión distinta, que exigirán un liderazgo de otro calado. Un plan consistente para la dinamización de la economía y el fomento de la riqueza sería bienvenido. En este aspecto, la derecha tiene el mejor ejemplo imaginable: el de las reformas de Aznar en su primera legislatura. No estamos en la misma situación, claro está, pero el objetivo debería ser el mismo: crecer y no condenar a los españoles a resignarse a tomarse en chanclas un par de cañas en una terraza. Y pensar que eso es el paraíso.