Pablo Iglesias

Vandalismo político

Unas declaraciones irreverentes de Pablo Iglesias sobre la Policía Municipal madrileña (su fijación viene de lejos) han derivado en la reprobación del ex vicepresidente del Gobierno por el Ayuntamiento de Madrid

Cierto es que Duchamp revolucionó el mundo del arte. Su «Fuente» desencadenó un escándalo de dimensiones planetarias, logró la atención deseada y, además, abrió una senda de vanguardia que consolidó una forma de agitar conciencias y espíritus adormecidos. Resultó tan efectista como efectivo para el «statu quo» ambiental de 1917, pero recurrir en 2022 al vandalismo artístico, o sea, a lanzar salsa de tomate o puré de patata a obras de Van Gogh o Monet, por mucha emergencia climática que se alegue, termina por resultar más pueril que rompedor. Tanto como importar modos no ya de siglos pasados sino de sociedades y circunstancias imposibles de equiparar. Esto es lo que ocurrió, por ejemplo, con los escraches, originariamente enfocados a señalar a responsables de la represión militar argentina en un contexto de desapariciones masivas, y que se intentaron trasladar a España como método de escarmiento callejero de la mano de Podemos y su entorno en la dura resaca de la Gran Recesión. Y es pertinente recordar ahora aquellos comportamientos (que, aunque fueron hace pocos años, parecen décadas por lo mal que han envejecido) por algunos excesos que hoy nos devuelven a esos estilos groseros e irrespetuosos y que buscan impactar en el debate público, cuando, en realidad, se limitan a enturbiarlo.

Unas declaraciones irreverentes de Pablo Iglesias sobre la Policía Municipal madrileña (su fijación viene de lejos) han derivado en la reprobación del ex vicepresidente del Gobierno por el Ayuntamiento de Madrid. No se trata de aspirar, en plena exaltación naif, a que la convivencia sea un intercambio suave de pareceres, ni de evitar las discrepancias más o menos agrias, pero sí es legítimo anhelar que los exabruptos pseudolúdicos de algunos no boicoteen la conversación pública, abusando de golpes de efecto «a lo Duchamp» y obligando a relegar los asuntos que revisten verdadero interés para los ciudadanos. Qué pérdida de tiempo esto del vandalismo político.