Gobierno de España
Todos daneses
Impacta la propuesta de reforma del delito de malversación, que pretende distorsionar el bien jurídico protegido y aspira a calibrar el daño según el destino que se dé al capital detraído. Una malversación aceptable y otra no
Para evitar una escena de su mujer, algo bebida y fuera de sí, el primer ministro de Dinamarca decide pagar un bolso de varios miles de euros con una tarjeta con cargo a fondos públicos. En ese momento no llevaba su cartera y devolvió el importe apenas unas horas después, pero el gesto forzó su dimisión. Lo cierto es que esta historia no es real, se trata del comienzo de «Borgen» (esa serie que hace no tanto se idealizaba en la política española); sin embargo y, pese a ser ficción, resulta perfectamente verosímil al encajar con precisión en la medida de la virtud que tiene la sociedad danesa. En 2021 repitieron como líderes en la clasificación de países que perciben un menor nivel de corrupción en sus instituciones, según detalla «Transparencia Internacional», y lo hicieron convencidos de la honradez de sus representantes en el ejercicio y uso de lo común. Un paraíso democrático más que envidiable que se observa como un exotismo desde otros lares: los nuestros, sin ir más lejos.
Durante años la corrupción encabezó el listado de preocupaciones de los españoles. A los tiempos de bonanza económica, excesos, euforias y derroches, le siguieron los del frenazo radical de la Gran Recesión. Se simultaneó el sufrimiento por recortes, despidos, desahucios y austeridades con largos procesos que derivaron en juicios a cuenta de desfalcos a los fondos públicos: una diabólica combinación que tambaleó las estructuras políticas y sociales del país y obligó a resetear mentalidades. Y, cuando creíamos superados viejos vicios y bien interiorizada la definición de dinero público como aquel que, no es que no sea de nadie, es que es de todos, nos impacta la propuesta de reforma del delito de malversación, que pretende distorsionar el bien jurídico protegido y aspira a calibrar el daño según el destino que se dé al capital detraído. Una malversación aceptable y otra no. Ante sugerencias tan discrecionales y excéntricas, solo se me ocurre añadir, como fantasía, la petición colectiva de nacionalización danesa, porque parece que no es allí, en Dinamarca, sino aquí, en España, donde algo huele a podrido.
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