Política

Sólo el Rey tiene razón

Cuando los que hoy están, ya no estén, es más que probable que nos encontremos con un erial institucional

Ha sido necesario que hablara el Rey para que las debilidades de nuestra política se sientan insoportables. A mí me ha convencido el jefe del Estado, me ha parecido valiente y responsable. Ha hecho su discurso navideño más sólido y más pegado a la realidad, y frente a los aspavientos y frente a las sobreactuaciones con las que cada día nos obsequian nuestro representantes políticos, el Rey ha señalado las heridas que nuestra política esta dejando en aquello que es de todos. Sin tomar parte, simplemente con el diagnóstico acertado.

La institución de la Jefatura del Estado adquiere su pleno valor constitucional cuando es capaz de no esquivar los problemas, sin apartarse de sus limitaciones. Estamos al borde del precipicio, y ese paso definitivo al abismo lo podemos dar en medio de un largo año electoral en el que quienes dicen representarnos en el Congreso ya nos ha dejado claro que no hay líneas rojas para conseguir los objetivos.

Este presidente del Gobierno pasará, habrá que ver qué dice de él la Historia, como también pasará el jefe de la oposición y todos los que ocupan escaño en el Congreso como si fueran sillones de uso privativo que se han ganado por designación divina, de tal forma que sólo se sienten obligados a responder a ese amo superior que es el presidente del partido. Pero cuando los que hoy están, ya no estén, es más que probable que nos encontremos con un erial institucional. La decadencia de la democracia se sostiene en el descrédito de sus instituciones y en la pérdida de confianza de los gobernados en quienes les representan.

La mayoría de las instituciones están hoy tensionadas y enfrentadas. Pero el Consejo General del Poder Judicial (CGPJ) y el Tribunal Constitucional (TC) han agotado su credibilidad. Entre todos se la han cargado, abusando de estas instituciones en la pelea partidista con el beneplácito de los jueces implicados. No se nos puede pedir que confiemos en quienes actúan como correa de transmisión de los intereses del partido al que le deben su ascenso en la carrera judicial. Ni tampoco se nos puede pedir que creamos en que aquí hay otra discusión distinta al estricto reparto de puestos para colocar a tus afines.

El problema no está en las leyes, sino en la manera en que se desarrollan. El problema no está en las reglas de elección de los vocales del CGPJ, sino en esa interpretación de las mismas que dice que la mayoría parlamentaria te da derecho a controlar las instituciones como si fueran apéndices del gobierno o del partido. Sólo el Rey tiene razón, pero predica en un país de sordos.