Rey Felipe VI

La hora de los truhanes

Igual que al Rey se le exigen años de aprendizaje, a un ministro se le debería pedir un mínimo de preparación

Habló el Rey y dijo lo que tenía que decir: somos una de las grandes naciones del mundo; la división nos hace frágiles, la unión nos fortalece; tenemos que seguir decidiendo juntos nuestro destino. Habló Don Felipe y habló bien, en línea con lo que opina el 80 por ciento de los ciudadanos de este país. Después hablaron los truhanes, los villanos, los rufianes, los mayorales, los errejones y los garzones, para volver a la matraca de que al jefe del Estado no lo ha elegido nadie, no tiene legitimidad democrática, polariza a la sociedad y representa a una institución anacrónica, rancia y tralará. Menos mal que al Rey apenas le votó el 90 por ciento de los españoles que aprobó la Constitución, esa que nadie mejor que él representa con sus llamadas a la unidad, el diálogo, el entendimiento y la concordia. Todo lo que rechazan los minoritarios que votaron «no» y ahora mandan en España.

Cosas de la vida. Uno de nuestros problemas es el exceso de políticos que tenemos y mantenemos. De políticos, altos cargos y Ministerios. Publicó el New York Times un artículo según el cual España es «un paraíso burocrático e institucional», que necesita 22 ministerios cuando Francia tiene 16, Alemania 14, con cerca del doble de población, y Brasil 19, con casi cinco veces más de habitantes. Si todos los ministros fuesen magníficos gestores estaríamos salvados. El problema está en que algunos asumen la cartera sin experiencia alguna ni en lo público ni lo privado. Ni experiencia ni formación. Lo mismo que al Rey de España se le exigen años de estudio y aprendizaje, a un ministro se le debería pedir un mínimo de preparación. La mayoría lo está, pero otros no. E igual que para tener un perro nos van a obligar a hacer un curso que nos acredite como personas «aptas», los ministros deberían someterse a un examen básico de ministro. Para evitar que luego se dediquen a hacer o decir tonterías, o a utilizar expresiones impropias de un cargo público.

Por ejemplo, la señora Belarra, cuya preparación no se duda, pero si el vocabulario. La ministra de la Agenda 2030 ha escrito en redes que «Charo está un poquito hasta el coño de hacerlo todo en la cena de Nochebuena». Mujer, habiendo palabras como «moño», no sabemos para qué llegar a semejante profundidad. O doña Irene Montero, no porque llame «niñes» a los niños de toda la vida, sino por decir en la tribuna del Congreso «describido» en vez de «descrito». ¿Un lapsus que le puede pasar a cualquiera? Puede ser, pero cuando es reiterado, canta. Y las belarra-montero cantan demasiado. Tienen en sus manos la formación en «derechos sociales», «agenda 2030» e «igualdad» de los nuevos españoles. Así nos va. De la guerra de sexos a la persecución al macho por el hecho de serlo. Nada contra Pablo Iglesias cuando dijo que «azotaría hasta que sangrase» a Mariló Montero. Eso no es machismo sino justicia. Delito de odio es cuestionar la existencia de «persones transespecie», como «Cebri», mujer solo en apariencia porque «elle» declara: «nací cebra y me siento cebra». Ni se le ocurra a usted ponerlo en duda. Será acusado de «violencia especista». Y solo faltaba. Ni una pezuña atrás, «muchaches».