Tomás Gómez

Diez años de independentismo

Desde el inicio del «procés», cuando en 2012 Artur Mas y Oriol Junqueras firmaron un pacto de gobernabilidad en el que se comprometían a la celebración de un referéndum para la autodeterminación y la independencia de Cataluña, la actualidad política ha estado centrada, en mayor o menor grado, en el problema catalán.

Las elecciones autonómicas, municipales y generales de 2023 también van a girar en torno a Pedro Sánchez y su relación con el independentismo. Sin embargo, lo que ocurra en Andalucía, Madrid, Valencia o en territorios emblemáticos por lo que simbolizan, como Castilla-La Mancha y Extremadura, será lo que determine quien ocupa la pole en las elecciones locales. Ni que decir tiene que mayo es el zaguán de lo que pasará en diciembre, si finalmente son convocadas las generales para esa fecha.

El problema de los líderes regionales socialistas es que, con la estrategia de Sánchez, no pueden evitar el protagonismo del mundo independentista en la política nacional, y eso les perjudica gravemente. Por ejemplo, Ximo Puig o Emiliano García-Page, tienen perfiles muy diferentes, pero sus liderazgos aportan muchos votos a la marca socialista en sus territorios. No deberían tener problema en alcanzar mayorías absolutas.

El valenciano es el político más valorado en su comunidad. Su imagen de solvencia contrasta con el desmoronamiento de Compromís, en horas bajas después del asunto de Mónica Oltra, y con la eterna batalla interna en Esquerra Unida y en Podemos, que tendrá como consecuencia nuevas caras en sus listas y carteles electorales. El PP valenciano, por su parte, sigue sin tener un candidato que garantice la vuelta a la Generalitat. Algo parecido ocurre con García-Page. Un disciplinado líder que ha reflotado al PSOE incluso en situación adversa, como hizo la primera vez que se presentó a la alcaldía de Toledo. y que no tiene rival de su tamaño en lo local. Sin embargo, las debilidades de ambos, tienen el mismo origen: el desgaste de la marca nacional ocasionada por las cesiones al independentismo y por los errores podemitas en el Consejo de Ministros.

La consecuencia directa es una diferencia de casi nueve puntos entre derecha e izquierda y que el 35% de los votantes de izquierda estén planteándose votar al PP. Feijóo lo tiene fácil, le basta fomentar el antisanchismo latente en la sociedad española y en los propios votantes de izquierda. Para el PSOE es más complicado. Aumentar las pensiones y los sueldos de los funcionarios no parece ser suficiente.