Opinión

No habrá perdón para Putin

Desde la atalaya del poder, el presidente ruso ha enviado a jóvenes veinteañeros a una muerte segura en Ucrania

Con su movilización parcial, el presidente ruso, Vladimir Putin, ha enviado a jóvenes veinteañeros a una muerte segura en Ucrania. Rusia arrastra un largo historial de maltrato a sus reclutas. Desde la atalaya del poder, Putin desprecia la vida de las nuevas generaciones. En Nochevieja, los soldados rusos sufrieron el ataque más mortífero desde el inicio de la invasión. A las 00:02 horas, el Ejército de Zelenski bombardeó una base en Makiivka en la región anexionada ilegalmente de Donetsk. Dada la devastadora magnitud de la explosión, la inteligencia occidental especuló con que las tropas rusas estaban alojadas en una escuela junto a un depósito de municiones, a unos 12,5 kilómetros de la línea del frente. La flagrante falta de precauciones por parte de los comandantes rusos ha derivado en la muerte de decenas, incluso centenares de reclutas estacionados en Makiivka. Rusia ha reconocido 89 bajas, todas jóvenes reservistas sin formación ni entrenamiento militar; Ucrania ha asegurado que las víctimas podrían superar los 300 muertos. Los comandantes rusos en vez de admitir sus errores de planificación y aprender de las derrotas militares de Kyiv, Jarkiv y Jersón, culparon a los jóvenes soldados de haber encendido sus teléfonos móviles y haber permitido descubrir su ubicación. «No son los teléfonos móviles ni sus dueños a los que se tiene que reprochar, sino a la negligencia banal de los comandantes que, estoy seguro, ni siquiera intentaron reinstalar al personal» fuera del edificio, lamentó el grupo «Notas de un veterano» en Telegram, con 200.000 seguidores. Pero como explica Dara Massicot en un artículo en «Foreign Affairs», los comandantes rusos no son guerreros eruditos apolíticos; sino que se ganaron sus puestos entendiendo que la lealtad es más importante que decir la verdad al poder. Por eso aprobaron un plan de invasión a pesar de todos sus claros defectos, el más obvio es que una operación a gran escala podría tensionar la fuerza de combate hasta el punto de romperla. No se entiende la campaña militar sin que «el derecho moral e histórico» de la Gran Rusia prevalezca sobre la vida de los soldados. Si Moscú hubiera querido evitar un gran número de bajas, dice Massicot, no habría seguido con su estrategia una vez que se supo que los servicios de inteligencia estadounidenses habían descubierto sus planes. Pero el Kremlin prosiguió con la guerra según lo estipulado, enviando a sus tropas sin saberlo a un enfrentamiento con unos envalentonados soldados ucranianos dispuestos a defender su libertad hasta el final. Massicot arranca su artículo recordando cómo seis días antes de la invasión, un grupo de soldados rusos desplegados en Bielorrusia se conectaron con un móvil que habían traído de extranjis a medios occidentales y descubrieron que en vez de prepararse para maniobras rutinarias estaban a punto de entrar en una guerra real. Uno de ellos llamó a su madre conmocionado. Ella le respondió que sólo era propaganda occidental y que no habría invasión. Se equivocaba. Once meses después, esta madre no ha vuelto a ver a su hijo. No es la única. Rusia oculta deliberadamente las bajas, pero episodios como el de Makiivka hacen que esta estrategia sea insostenible en el tiempo. Lo dice una madre.