Religion

Amanece por Levante

Que nuestra Señora nos ayude al antiguo reino de Valencia y a la Iglesia que está en Valencia, en estos momentos que tanto necesitamos de su auxilio y de su protección

Recientemente he visitado el monasterio de Santa María del Puig (Valencia) de tantas resonancias históricas. La fe en Jesucristo Salvador en Valencia tiene mucho que ver con lo acaecido en ese lugar. Pero es más: la historia humana entera: nuestro hoy y el futuro del mundo son iluminados por la presencia de Jesucristo... “Al encontrar a Cristo, todo hombre descubre el misterio de su propia vida” (S. Juan Pablo II). En Él halla su verdad todo proyecto encaminado a hacer la vida del hombre cada vez más humana.

El anuncio de Jesucristo -y la fe en Él- llegó muy temprano a España, sin duda ya en el siglo primero de nuestra era. Y uno de los lugares en que se implantó primero fue en el litoral levantino, del Mediterráneo, la provincia romana de estas tierras. Las raíces cristianas prendieron pronto y hondo en la tierra levantina, como testimonia entre otros el martirio de San Vicente del que tenemos noticia cierta acaecido ya en los primeros siglos. Para aquellos hombres y mujeres Jesucristo era un bien más precioso que la vida, porque la vida sin Jesucristo, después de haberle conocido, no podía llamarse vida. Nuestras tierras valentinas son de las primeras en la andadura cristiana. Esta fe y esta Iglesia, entre tantísimos avatares cargados de luces, de sombras y de pecados, ha llegado hasta nosotros, gracias a Dios, como aliento de futuro y fuente de gozosa esperanza; y en esa recuperación y permanencia ha tenido mucho que ver lo que aconteció aquí, en el Puig, con el Rey Jaime y con el hallazgo providencial de la Virgen de los Ángeles, Patrona del Antiguo Reino de Valencia. Por eso esta fiesta nos invita a la acción de gracias y nos llama a una gran esperanza, precisamente en los tiempos que vivimos y en la situación concreta en que nos encontramos, tan necesitada de esperanza, en España, en Europa, y, ¿por qué no?, también en la región levantina, el Antiguo Reino de Valencia

La gozosa esperanza con que la Iglesia mira el destino de la Humanidad arranca justamente y se centra en Jesucristo, quien para nosotros es Dios hecho hombre y forma parte por ello de la historia de la humanidad. Tal es precisamente la razón de que la esperanza cristiana ante el mundo y su futuro se extienda a cada ser humano; es la esperanza que reavivamos hoy, confirmamos y anunciamos hoy ante la Virgen de los Ángeles, Nuestra Señora del Puig; Cristo, nacido de María, es nuestra gran esperanza. Puesto a la cabeza de la humanidad, no se avergonzó de llamar “hermanos” a los hombres. A causa de la radiante humanidad de Cristo, nada hay genuinamente humano que no afecte a los corazones de los cristianos. La fe en Cristo no nos aboca a la intolerancia. Por el contrario nos obliga a inducir a los demás a un diálogo respetuoso. El amor a Cristo no nos distrae de interesarnos por los demás, sino que nos invita a responsabilizarnos de ellos, a no excluir a nadie (San Juan Pablo II, en las Naciones Unidas), a ser universalistas, sin perder nuestras raíces y nuestra identidad, en que radica esa capacidad de acoger a todos y de abrirse a todos.

Es la fe en Jesucristo, es la convicción firme de la verdad que conlleva el acontecimiento salvador y único de Jesucristo, así como la convicción que conlleva el ser cristiano, lo que constituye la garantía de universalismo, la capacidad de diálogo y la contribución de los cristianos a la convivencia y a la construcción de la paz, basada en la justicia y en el real reconocimiento de la dignidad inviolable de todo ser humano y en el respeto a todos sus derechos fundamentales e inalienables y la promoción de todas las libertades, incluida de manera principal la libertad religiosa, garantía del resto de las libertades, no en todas las partes reconocida ni protegida. Este llegar a las raíces en la fe es lo que compromete, precisamente al cristiano, a un intenso diálogo con los no creyentes y con quienes abrigan creencias religiosas, teológicas y filosóficas distintas.

Por eso, que nadie tenga miedo a intransigencia alguna ni a intolerancia cuando se afirma la verdad cristiana; que nadie tema ninguna cerrazón excluyente cuando, como confirmados por el actual sucesor de Pedro, el Papa Francisco, Papa de la misericordia, los cristianos queremos reafirmar nuestra fe en Jesucristo, el “único nombre que se nos ha dado bajo el cielo en el que podamos ser salvados”. Teman, por el contrario, cuando no nos afirmemos en esta verdad que nos hace libres: Jesucristo, Camino, Vida y Verdad.

Por ello, en este día, hago mías las Palabras de San Juan Pablo II en el comienzo de su pontificado: “¡No tengáis miedo!¡Abrid de par en par las puertas a Cristo! Abrid a su fuerza salvadora las fronteras de los Estados, lo sistemas económicos y políticos, los vastos campos de la cultura, de la civilización y el desarrollo. ¡No tengáis miedo!¡Cristo sabe lo que hay dentro del corazón del hombre!... Permitid, por tanto, ..., os lo imploro con humildad y confianza: ¡Permitid a Cristo que hable al hombre!”. “Sólo Él sabe lo que hay en el corazón del hombre” (Juan Pablo II). Su aceptación es raíz de una nueva civilización del amor, fundada en los valores universales de la paz, la solidaridad, la justicia y la libertad.

Hay quienes afirman que la religión -para algunos singular y principalmente la cristiana- bloquea el camino hacia la convivencia, la paz y la prosperidad verdaderas. Conviene aquí recordar aquellas palabras del mismo Papa San Juan Pablo II a los líderes de diversas religiones en la plaza de San Pedro: (Los líderes religiosos) “como hombres de fe, tenemos el deber de demostrar que no es así. Cualquier uso de la religión para apoyar la violencia es un abuso de ella. La religión no es, y no debe llegar a ser, un pretexto para los conflictos, sobre todo cuando coinciden la identidad religiosa, cultural y étnica. La religión y la paz van juntas... Los líderes religiosos deben mostrar claramente que están comprometidos en promover la paz, precisamente a causa de su creencia religiosa. Por tanto, la tarea que debemos cumplir consiste en promover una cultura del diálogo. Individualmente y todos juntos debemos demostrar que la creencia religiosa se inspira en la paz, fomenta la solidaridad, impulsa la justicia y sostiene la libertad. Sin embargo, la enseñanza sola, por muy indispensable que sea, nunca basta. Debe traducirse en acción... Estoy convencido de que el creciente interés por el diálogo entre las religiones es uno de los signos de esperanza presentes en el... Pero es necesario ir más lejos aún. Una mayor estima recíproca y una creciente confianza deben llevar a una acción común más eficaz y coordinada en beneficio de la familia humana. Nuestra esperanza no se funda sólo en las capacidades del corazón y de la mente humana; tiene también una dimensión divina, que es preciso reconocer. Los cristianos creemos que esta esperanza es un don del Espíritu Santo que nos llama a ensanchar nuestros horizontes, a buscar, por encima de nuestras necesidades personales y de las de nuestras comunidades particulares, la unidad de toda la familia humana. La enseñanza y el ejemplo de Jesucristo han dado a los cristianos un claro sentido de la fraternidad universal de todos los pueblos. La convicción de que el Espíritu de Dios actúa donde quiere (Cf Jn 3,8) nos impide hacer juicios apresurados y peligrosos, porque suscita aprecio de lo que está escondido en el corazón de los demás. Esto lleva a la reconciliación, la responsabilidad, la armonía y la paz. De esta convicción espiritual brotan la compasión y la generosidad, la humildad y la modestia, la valentía y la perseverancia. La humanidad necesita hoy más que nunca estas cualidades, mientras se encamina en el nuevo milenio” (Juan Pablo II). ¡Qué actualidad tienen hoy estas palabras!, que también ha confirmado en tantas ocasiones con sus gestos y palabras propias el Papa Francisco.

Esto es lo que se deriva de la aceptación de Jesucristo, que nos entregó su Santísima Madre, a quien honran con toda razón los coros de los ángeles. En Él, Hijo de Dios hecho hombre, nacido de la Santísima Virgen por obra y gracia del Espíritu Santo, tenemos la gran alegría de la misericordia y del amor de Dios, de Dios mismo, que nos ha salvado y hace posible un mundo nuevo, una humanidad nueva, capaz de amor y de misericordia. Es el amor y la misericordia para que no se sigan produciendo la persecución de los cristianos, la intolerancia religiosa, el destierro y la huida de tantos y tantos en condiciones terribles en búsqueda de condiciones libres y seguras, para que cesen los terribles hechos que estos días sacuden la conciencia de la humanidad, singularmente en Europa, con miles y miles de huidos de sus tierras que claman amor y misericordia de sus hermanos, que somos nosotros, libertad y mejores condiciones de vida en sus países de origen que es donde se encuentra la raíz del problema.

Que la santísima Virgen María, que por ser Madre de Jesucristo es también Madre de todos los hombres, nos lleve al conocimiento de su Hijo y a realizar en nuestro mundo la unidad de todos por la que Él vino al mundo y se entregó por él con un verdadero derroche de generosidad y sabiduría y en un amor y una acogida de todos, sin exclusión de nadie y hasta el extremo. Que ella nos ayude a acoger, de verdad, y a no perder de nuevo nuestra identidad y nuestra unidad que formamos, y que heredamos de esos siglos, únicos en la historia de la humanidad, en que España recuperó la España perdida. Que nuestra Señora, nos ayude al antiguo reino de Valencia y a la Iglesia que está en Valencia, en estos momentos que tanto necesitamos de su auxilio y de su protección.