Oriol Junqueras

Junqueras, el traidor

Lo que no es un bulo, como hemos visto en Barcelona, es la profunda división del independentismo catalán

Esta semana hemos traspasado una fatal barrera psicológica. Ya son más de 200 los agresores sexuales beneficiados gracias a la entrada en vigor de la ley del solo sí es sí. Leo, mientras te escribo, que vamos por las 211 rebajas de condenas y que 23 violadores están de vuelta en la calle, y el contador sigue subiendo.

Escuece e inquieta esta realidad. Indigna la pasividad absoluta de los responsables de semejante injusticia con las víctimas, con sus familias y con la sociedad en su conjunto.

Al Gobierno, la queja le entra por un oído y le sale por el otro, como diría mi madre. Y mira que cada día los medios se ocupan de que el asunto no quede en el olvido. Pero nada, oye. La ley sigue resultando magnífica para Irene Montero y su equipo, mientras el PSOE sigue de perfil. ¿Qué tiene que pasar en este país para que se revise de una vez la norma y tapemos esta fuga insoportable de individuos peligrosos? ¿Tiene que reincidir alguno de los excarcelados?

No me vale ver a Sánchez jugando a la petanca con los mayores de su partido, en unión y armonía. Me vale que se trabaje para que dejemos de liderar la lista de parados de la OCDE, que bajen de precio los productos básicos, que la ley del sí es sí sea revisada de urgencia. Hasta la exalcaldesa Manuela Carmena habla de la soberbia infantil de Podemos.

En el otro extremo ideológico, algo similar se respira entre las filas de VOX en Castilla y León. ¿A qué viene ahora amenazar con medidas provida, con un supuesto protocolo que no existe?

Le iría mucho mejor al PP de Mañueco soltar definitivamente la mano de García Gallardo y mandar el detalle pueril de escuchar latidos fetales a un cajón muy escondido. Bastantes problemas arrastramos ya como para que nos mareen con polémicas fake, engordadas sabiamente por el PSOE.

Lo que no es un bulo, como hemos visto en Barcelona, es la profunda división del independentismo catalán. Pedro Sánchez se apoya para subsistir en un socio incoherente, en una ERC capaz de manifestarse contra una cumbre y de personarse en ella. Quería el presidente del Gobierno escenificar el final del Procés delante del vecino francés, y le ha salido el tiro por la culata. A final Junqueras, su socio abucheado, el traidor, le ha robado la foto del día. Su manera de interpretar el fiasco resulta, como poco, llamativa: cree que esos que se quejan en la calle contra el Gobierno son extremistas, tanto el independentismo como la oposición que el sábado se manifestará en Madrid. Cero autocrítica, para variar. ¿Le funcionará el argumentario?