CUP

España ens roba el corazón

Una parte del arco político siempre defendió que, para arreglar el problema del secesionismo, mi Españita debía darle más cariño a Cataluña

Fuman en pipa las alegres chicas del independentismo radical porque un policía nacional español se infiltró entre ellas, pero bien infiltrado. Así obtenía información y el amor que toda persona necesita, pues ir por la vida sin amor es como ir al combate sin música. Después del Watergate, los nombres de los escándalos se componen añadiendo el estúpido sufijo «gate» salvo en este caso, que han venido a bautizar con perfección etimológica como el Rabocop.

Rabocop les decía cosas bonitas sobre Tarradellas, les componía versos endecasílabos al bolardo que derribó aquella furgoneta de la UIP, les cortaba la Meridiana, y les prometía el oro, el moro y una nación independiente con fiscalidad propia.

Lo exótico del asunto consiste en que alguien se vale del amor para entrar en un movimiento radical, cuando lo normal es que se entre en un movimiento radical para encontrar el amor. Después de mucha observación de los diferentes perfiles de terroristas, hablando por derecho podemos concluir que alguna gente entraba en Jarrai para follar.

Así vistos, los métodos del Estado para defenderse de sus enemigos parecen bastante dulces. Una parte del arco político siempre defendió que, para arreglar el problema del secesionismo, mi Españita debía darle más cariño a Cataluña. En cuanto a las formas de represión, podemos convenir que siempre es mejor que a uno lo lleven al séptimo cielo que a comisaría.

Pues tampoco. El asunto ha despertado mucho recelo en el independentismo. No es fácil dar con la tecla. No quieren piolines, no quieren Pegasus, no quieren Rabocop; no quieren nada. Ahora, las ofendidas se han querellado contra el agente por presunta agresión sexual pues, aunque los encuentros fueran deseados, según ellas, el consentimiento estaba viciado al no saber que el amante era un español. Cuántos hombres han mentido queriendo parecer más ricos, más altos, más leídos, con más pelo y más cerebro. Si a cada ciudadano sea hombre o mujer lo juzgaran por fingir con objetivo de encamamiento, iba media España presa.

Luego está el sesgo del sexo de cada cual, la sororidad y todo el monario por el que, si la policía hubiera sido mujer y los engañados hombres, estaríamos hablando del estereotipo del macho que a cada poco pierde por la bragueta la cabeza y hasta el proyecto político. Pero las víctimas del engaño son mujeres y ahí se entra de lleno en el tópico de la pobrecita chica utilizada por el varón, como si no supiera, como si anduviera siempre a merced de cualquiera que pudiera engañarla, en fin, como si fuera tonta.

Yo en cambio vengo toda la semana fabulando posturas literarias que me resultan encantadoras, esta por ejemplo en la que el policial amante, convertido en violento CDR de la Republiqueta, de pronto se sincera ante su cupera novia y, en el fragor amatorio le confiesa: «Cariño, soy un madero español de la secreta», y ella le responde: «Sí, y yo soy Rocío Monasterio».

En la tradición mediterránea, el amante varón siempre se ha identificado verbalmente con el delincuente por hacer lo posible por conseguir lo prohibido. Por eso en la cultura popular, la amada usa expresiones del tipo «Ven aquí, ladrón», o acaso, «Truhan, qué bandido eres» que lejos de interpretarse como los términos de una denuncia ante la fiscalía de la Audiencia Nacional, son signo de complicidad, cuando no de la cercanía del apareamiento.

En este caso, el ladrón era un hombre de la Ley, ¡y qué hombre! Han publicado las fotos del susodicho cuerpo policial y en Albacete un grupo de mujeres ha salido a cortar la circunvalación, cantan Els Segadors con acento manchego y se quejan amargamente: «¡España ens roba el corazón!». Es mentira que el nacionalismo se cure viajando y tampoco se cura de otra manera.