Letras líquidas

2024: supermartes global

Más allá de la significación que cada convocatoria tenga en su país, la conjunción de todas ellas diseñará la geopolítica del orden internacional

Me acordaba estos días de un juego de búsqueda en Internet que se puso de moda a principios de los dos mil. Consistía en unir dos términos cualesquiera, de manera aleatoria, hasta lograr que el buscador encontrara un único resultado en lugar de la larga lista habitual. Cazar alguna de esas escasas y exclusivas combinaciones se convirtió en pasión para muchos cibernautas que presumían de ser más astutos que el algoritmo. Si entonces resultaba complicado hacerse con una de esas mezclas conceptuales casi inverosímiles para el cerebro digital, ahora, más de veinte años después, se antoja imposible. Y pensaba en aquel reto virtual, precisamente, al escribir en el navegador dos entradas concretas: 2024 y elecciones. Una mezcla que genera muchos enlaces. Muchísimos. Porque el año que estrenamos es récord electoral.

Al menos 70 países celebran elecciones en los próximos doce meses y eso implica que más de 3.700 millones de habitantes, casi la mitad de los 8.100 del mundo, están llamados a las urnas. Aunque resulta difícil homogeneizar las convocatorias, unas presidenciales, otras legislativas, algunas con altos estándares democráticos, otras rodeadas por la falta de garantías, sí confluyen una serie de circunstancias que otorgan un carácter relevante a la catarata electiva. De especial trascendencia es el posible regreso de Trump a la Casa Blanca o el resultado de las votaciones en Taiwán, en el radar permanente de Xi Jinping y elemento crucial de una hipotética gran escalada militar o el impacto de los resultados en India, Pakistán o Indonesia, no solo por su peso demográfico sino por su cada vez más decisivo papel en la economía mundial. Sin olvidar, por supuesto, las elecciones al Parlamento europeo, claves para la futura UE.

Pero más allá de la significación que cada convocatoria tenga en su país, la conjunción de todas ellas diseñará la geopolítica del orden internacional en un tiempo en que dos conflictos abren en canal a Occidente: la guerra entre Israel y Hamas y la de Ucrania (donde la ley marcial, por cierto, impedirá a los ucranianos votar este mes de marzo y sumarse a la espiral electoral). Y en esa convulsión diplomática, los equilibrios y los ejes políticos, que ya apuntan cambios, se decidirán a lo largo del año desvelando renovadas alianzas con las que afrontar el siglo XXI. En un entorno tan polarizado e hiperconectado, que se transforma a impulsos acelerados, la creencia de que nos dirigimos a un mundo diferente se consolida, aunque es posible que, al final, después del supermartes global, tan solo confirmemos a Lampedusa.