
Opinión
30 años corrigiendo a Macron
El Elíseo, cómo no, improvisó enseguida su libreto: estaban bromeando
Cuatro segundos. Se abre el telón, Emmanuel Macron en el interior del avión presidencial, antes de salir a escena. Dos manos femeninas entran en cuadro y le plantan un refrescante manotazo en la cara. No es un gesto de amor, ni es un juego. Paf-paf. La bofetada suena como una indicación de dirección escénica. Macron, retrocede un paso, se recompone, y, consciente de la presencia del público, saluda gentil e higiénico. El resto de Briggite aparece para bajar la escalerilla, él ofrece su brazo (¡Un lingote de oro por su monólogo interno!). Ella lo rechaza, y se agarra a la barandilla con la dignidad de quien ha dictado el hexámetro dactílico a hordas de adolescentes.
Desdramaticemos; no es la primera vez que los poderosos del mundo (ni tampoco los parias) se deshacen ante las manos de sus esposas. Imelda Marcos lanzaba zapatos como si fueran misiles. Cristina Fernández llamaba “pelotudo” a su marido en horario electoral. No hay nada nuevo en el matriarcado palaciego. Lo nuevo es que aquí lo hemos visto como el golpe de claqueta de una pelí francesa.
El Elíseo, cómo no, improvisó enseguida su libreto: estaban bromeando. Como si alguien jugara a repartir estopa a su marido presidente delante de Associated Press. Nadie “juega” así, a no ser que sea parte de su vocabulario afectivo. Lo que vimos no fue una escena de humor conyugal y esta no es una pareja cualquiera.
En efecto, es un matrimonio muy feliz, enamorado (y muy turbio) que empezó cuando él tenía 15 y ella 40. Profesora (con hijas en su clase) y alumno (sin pelo en las piernas). No fue un flechazo igualitario. Fue una historia de fascinación jerárquica. Y eso, con los años, no desaparece: se transforma en liturgia.
Mi madre, por cierto, me enseñó que tocar la cara de otra persona (si no es para acariciar) siempre es un acto humillante y agresivo, independientemente de la velocidad a la que coincidan la mano y el rostro en el tiempo y en el espacio. Cabe destacar lo poco permisivos que somos con la agresividad física en el s XXI y lo condescendientes que somos con todas las formas de agresividad (psicológica) pasiva. Quizá, como los Macron, debiéramos olvidar la ganancia antropológica y volver a las manos.
En esta ociosa columna me pregunto sobre uno de los matrimonios más extraños de la vida pública internacional ¿Y si es una estructura de obediencia con erotismo intelectual, una ficción BDSM con firma en el Consejo de Seguridad de la ONU? ¿Y si Brigitte no es esposa, sino dómina, correctora, guía, arquitecta de la identidad pública de Emmanuel?
¡Y qué más da! En efecto, lo más inquietante no es que ella le haya pegado, Briggitte no destaca por su amenazante masa muscular. Es que nos parezca anecdótico—si Macron hubiera abofeteado a Brigitte, aunque fuera con ternura— ya estaría el Tribunal Europeo de Derechos Humanos redactando una moción. “Ah, Brigitte… temperamento de Institutriz”.
Yo he tenido discusiones apocalípticas, donde jamás he levantado la mano. Porque cuando una mano se levanta, no es una casualidad, ni un hecho aislado: es un cruce de umbral. Una vez que lo haces, lo has hecho siempre. Quizá le ha estado abofeteando desde que él tenía quince años y soñaba con ser corregido por esa vestal inaccesible. Desde el primer dictado mal puntuado, desde el primer ensayo de Molière mal entonado. Ella enseña. Él acata. Porque cuando se ha amado así, desde el pupitre, el deseo no es tanto ser amado como ser disciplinado por quien manda mejor que tú. No, Eliseo, no es una broma. Es un castigo. A Macron. Y tan contentos. Unidos por un vínculo que no entendemos del todo.
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