Insensateces

Adiós

Si yo me voy a morir, que sea rápido, que ya le habré dicho adiós a quien le tenga de decir algo importante

El domingo pasado se murió un amigo. Iba conduciendo y le dio un infarto. Ese es el resumen. Todo el dolor de una pérdida tan inesperada empieza a no tener toda la importancia. La importancia reside en cómo murió. Y ahí se abraza el consuelo.

He visto a amigos alargar de más su final. Médicos que consideran que su paciente debe aguantar hasta poder despedirse de los suyos. Finales que se hacen eternos. Familiares que ya no pueden más contemplando día a día el sufrimiento. Si yo me voy a morir, que sea rápido, que ya le habré dicho adiós a quien le tenga de decir algo importante.

Cuando me acuerdo de Javi creo que fue afortunado. Jamás le ideé sentado en una mecedora esperando su defunción. No era una persona que aguantara residencia, sopitas y un chinchón cortito con un mazapán. Hay gente que no ha nacido para dejar esto plácidamente, con una rebequita echada por los hombros, balanceando su pensión mientras juega a la brisca. Hay gente que, si pudiera elegir, escogería morir de golpe. Sin enterarse mucho. Sin tiempo para darse cuenta de que se está yendo. Hay gente que no quiere verse marchitándose.

Una vez fui a despedirme de una amiga. En esos momentos no importa lo que tú quieras, lo que te pase, lo que te duela el corazón. Sólo importa que ella se marche con todas las cositas cosidas y bien rematadas. Sólo hay que tener claro que, en una despedida, hay que soltar ligero y cariñosamente. Pero no volvería a repetirlo jamás. Aquella tarde fue un desfile de personas destruidas tratando de demostrar a un ser humano que se quiere ir que no se va a ir. Se hacen planes. Se dicen estupideces que sabes que no se van a dar, que nunca van a tener lugar. Se tratan de disimular lágrimas, se suprimen epílogos. Mañana nos vemos, que vamos a venir con churros.

Todos mis amigos que se han muerto (y ya se me han muerto unos cuantos) han transitado por caminos distintos para decir adiós. Por eso me alegro de que Javi tuviera uno muy cortito. El infarto fue fulminante. Pegó tres volantazos y se fue al arcén. Y ahí se acabó.

Todas las despedidas deberían ser cortas. En el amor. En la vida.