Editorial
La agitación como gran baza electoral
El discurso oficial es un embeleco. En la España real los socialistas, especialmente el presidente, no pueden salir a la calle sin que escuchen alto y claro el veredicto del pueblo, ese al que no quieren dar voz
Madrid acogió ayer una nueva manifestación convocada con el respaldo de más de un centenar de personalidades del mundo de la cultura para exigir una paz «justa y duradera» en Gaza. Lo hizo un día después de las concentraciones celebradas en varias ciudades del país en solidaridad con el pueblo palestino. No hay acuerdo, por mucho que esté comprometidas todas las partes, y que se encuentre bendecido por los países árabes, que esté en condiciones de neutralizar la toma de la calle por la izquierda. El objetivo no es hoy, y somos muy escépticos de que lo fuera alguna vez, más allá de algunos bienintencionados, el final de la guerra y del padecimiento, sino la instrumentalización de un drama con epicentro a miles de kilómetros. No es, en absoluto fue, un asunto de política internacional, de contornos diplomáticos y geoestratégicos, sino de interés y alcance nacionales. Lo sabemos con seguridad porque la izquierda ha aplicado el libreto ya conocido y esgrimido para coyunturas críticas, cuando las cosas vienen mal dadas y la derrota se masca en el ambiente. Entonces, se redoblan la agitación y la propaganda, el enemigo exterior y el miedo a la derecha hasta generar un pandemónium que movilice a los propios y coarte a los ajenos. Subvertir lo emocional, mentir, confundir y embaucar han sido y son los ingredientes de una receta probada con éxito por el socialismo y la izquierda. Y en ello están, con el acicate y la urgencia del horizonte judicial por corrupción que los aguarda, presidente del Gobierno incluido. Así que no hay intención alguna de modular la barahúnda, sino al contrario, porque cuanto peor, mejor. Hoy, publicamos que Moncloa está convencida que puede exprimir todavía más la causa palestina si en las próximas semanas se manejan con la tendenciosidad inteligente el desempeño de Tel Aviv tras dos años de respuesta a la matanza de Hamás del 7 de octubre. Por supuesto que habrá nuevos relatos con que alimentar esa tensión que requiere Sánchez; el aborto, la lucha contra el cáncer, los jueces, los periodistas, o lo que pueda servir mejor a la desestabilización y el desenfoque de la realidad que recibe el ciudadano. Lo que nos reafirma en nuestra crítica rotunda al peor gobierno de la democracia es que ese juego sucio, tanta mendacidad, resultaría innecesario si el balance de estos siete años de gobierno reflejara un éxito incontestable como predican, si hubiera cambiado la faz del país de forma tan apabullante, si la prosperidad y el bienestar fueran ese denominador común de nuestros hogares. Entonces, para qué se necesitaría la distracción y las cortinas de humo. El discurso oficial es un embeleco. En la España real los socialistas, especialmente el presidente, no pueden salir a la calle sin que escuchen alto y claro el veredicto del pueblo, ese al que no quieren dar voz.