Quisicosas
Te amo, chulo mío
¿Cómo explicarle que hay gente malísima ahí fuera, dispuesta a chuparle la sangre?
«Hola ¿qué tal? Mira, soy Cristina de Cope y quería pediros un favor...». En la emisora rival responden amablemente. «Ando buscando a un tal Eduardo Marín Cuesta, supuestamente está con vosotros, por más señas, de baja por enfermedad...».
Cuelgo el teléfono. Delante de mí, el muchacho asfixia un pañuelo mojado. Apenas lo recuerdo de pequeño, de la amistad con sus padres. Ahora es un joven espigado y rubio, que se confiesa homosexual. –¿Cuánto hace que lo conoces? –Cuatro meses, cinco. Nos encontramos en los chats de ligue y enseguida hicimos relación. –Os habéis visto, claro. –No, no, es que él tuvo que salir de viaje y hemos tenido que seguir por teléfono. Luego cayó enfermo y no sabía de qué y estábamos muy preocupados, hasta le he ayudado económicamente... de repente no me coge, no sabes qué angustia. –¿Pero en qué hospital está? –No quiso decírmelo, parece que tiene un tumor y no quiere que lo vea así...
Llueve fuera y no acabo de entender qué hago de consejera emocional.
–Es que, verás, mi chico es periodista como tú y además de radio. –¿Cómo se llama? (Me da un nombre desconocido). –Pero vamos a ver, si no lo has visto en tu vida ¿cómo vas a saber siquiera si existe? –Lo conozco perfectamente –asegura– tengo fotos, he hablado cientos de horas con él, hemos planeado viajes y hasta hemos hablado de vivir juntos.
Es complejo intentar racionalizar cuando los sentimientos han hecho mella. Aquí no creo que haya una mafia de nigerianos donde un tipo sin escrúpulos se hace pasar por militar de Iowa, pero mi inexperto enamorado no sabe dónde vive el otro («es que es muy tímido y prudente, el mundo gay es muy desaforado a veces, justo por eso me gusta»), no tienen amigos comunes («a lo mejor sabes dónde preguntar, porque sois colegas»), apenas sabe una cuenta bancaria a la que ha ido aportando. Hay una enorme distancia entre mi mente escéptica y este chico sumido en certezas afectivas. ¿Cómo explicarle que hay gente malísima ahí fuera, dispuesta a chuparle la sangre? Nos despedimos con mi promesa de hacer lo que pueda. Es viernes. Trabajo ese finde y me olvido.
El lunes suena mi móvil: «No lo conoce nadie, ni en Informativos ni en las demás secciones. Aquí nunca ha trabajado nadie con ese nombre». –Ok, gracias de todas formas. Te debo una.
Sigue cayendo una manta de agua tan desangelada como la Vía Láctea. Me embarga una enorme tristeza. Recorro la agenda hasta toparme con su nombre. No sé si me creerá. Que ganas de romperle los morros a alguien dispuesto a partirle el corazón a quien haga falta por pasta.
Esto me pasó hace exactamente cinco años.
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