Mar en calma

Apaga ¡y veámonos!

Lo que verdaderamente ayuda y nos sostiene no es la tecnología, sino las relaciones sanas y reales con quienes nos rodean

Que tenga que ocurrir un apagón para mirarnos a los ojos, relacionarnos, hablar entre nosotros… ¡vernos! demuestra que tenemos mucho sobre lo que reflexionar.

El lunes del apagón, inesperado aunque ya augurado por voces que fueron acalladas, algo inesperado sucedió: las calles se llenaron de encuentros, de conversaciones con desconocidos. Se llenaron de vida.

Lejos de la luz de las pantallas, la gente salió a unirse a bailes improvisados, a reencontrarse. Fue como si el tiempo se hubiera detenido para recordarnos cómo era eso de relacionarnos antes de que los teléfonos inteligentes dominaran cada centímetro de nuestras vidas. Estos dispositivos que nos conectan con personas del otro lado del mundo y facilitan mil tareas, también nos han desconectado de quienes tenemos más cerca. Apenas nos miramos, nuestros ojos priorizan una pantalla en incontables situaciones.

Me quedo con lo bueno: la solidaridad con quienes quedaron atrapados en trenes o estaciones.

Recién aterrizada del maravilloso congreso en Arucas “Miradas que inspiran, acciones que transforman” quise explicar a mis tres hijos lo que había aprendido: el peligro de las pantallas para sus inmaduros cerebros. El apagón me lo puso en bandeja.

Nuestro tiempo define nuestra vida. Invirtámoslo en lo que precisan nuestro cuerpo y cerebro: movernos, amar, aprender, bailar, leer… Sin embargo hoy lo estamos entregando sin medida y sin conciencia a una vida digital que muchas veces alimenta la soledad, especialmente entre adolescentes que, irónicamente, están más “conectados” que nunca. Se habló también de los peligros de la pornografía, una industria que no solo crea adicción, sino que distorsiona la percepción de la sexualidad, alejándola del respeto y el amor.

Sin tantas pantallas, quizá viviríamos más el presente, estaríamos más atentos al otro y seríamos más felices.

Que la luz sirva para vernos. Porque, en definitiva, lo que verdaderamente ayuda y nos sostiene no es la tecnología, sino las relaciones sanas y reales con quienes nos rodean.