El canto del cuco

Aquellas mujeres

Es hora de poner de relieve la fundamental contribución de la mujer a la economía familiar y a la estabilidad de la familia

Muchas de las que irán mañana detrás de una pancarta en el Día Internacional de la Mujer son hijas o nietas de mujeres rurales. No conviene renunciar a los orígenes aunque una sea ministra de Igualdad. (Por cierto, a propósito de lo de «sólo sí es sí», mira lo que le dijo Sancho a Don Quijote: «Entre el sí y el no de la mujer no me atrevería yo a poner una punta de alfiler, porque no cabría». ¡Machista, Cervantes!). Hablo de las mujeres de mi infancia cuando el pueblo aún estaba vivo. Las recuerdo enlutadas. Las mayores, con saya hasta los pies, delantal, toquilla de lana y un pañuelo oscuro cubriendo su cabeza. El domingo se ponían el velo negro para ir a misa y la blusa de flores. La mayoría de ellas no pisaron nunca una peluquería y se murieron sin ver el mar.

Mujeres campesinas, del cesto de costura, el huso y la rueca, la misa del domingo, el trasnocho y la brisca. Mujeres aviejadas, insatisfechas, calladas, obligadas a parir hijos, los que Dios quisiera, y a criarlos en medio de estrecheces y penurias. Se ocupaban de todas las tareas domésticas: limpiar la casa, traer agua de la fuente, ordeñar las cabras, hacer la comida –los pucheros o la olla estaban borbollando siempre, desde el punto de la mañana, en la cocina encendida–, amasar el pan, echar de comer a los animales, lavar la ropa en el río o en el lavadero, cuidar de los padres ancianos… Y no rehuían ayudar en el campo a recoger la cosecha o echar una mano en los duros trabajos de la huerta. Nunca recibieron subsidio ni pensión. Si se quedaban viudas, eran reducidas a medio vecino en el censo municipal. No podían firmar ningún contrato sin autorización del marido. La mujer valía oficialmente la mitad que el hombre. El último residuo de esta injusticia se mantiene hasta hoy en las pensiones de viudedad.

Es hora de poner de relieve la fundamental contribución de la mujer a la economía familiar y a la estabilidad de la familia. Esto fue especialmente así en los duros años de la posguerra, tiempo de hambre y de miedos soterrados. Ellas contribuyeron más que nadie a sobrevivir, sofocar los odios y salir adelante. Por si no hubiera razones de sobra para honrar a aquellas mujeres en el Día Internacional de la Mujer y mostrarles gratitud, tengo que confesar que lo más imprescindible del libro de mi vida lo han escrito tres de ellas: mi abuela, mi madre y mi mujer. ¡Admirables mujeres! Nada habría sido posible sin ellas.